¿Cómo enamorar ‘millennials’?, por Carlos Meléndez
¿Cómo enamorar ‘millennials’?, por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

Esta semana se inició el juicio a los cabecillas de Sendero Luminoso por el atentado en la calle Tarata (Miraflores) sucedido en 1992. En medio de los escándalos de Odebrecht, la noticia se escabulló en algún rincón de las primeras planas. No solo ha “perdido actualidad” para los editores periodísticos, sino que suena demasiado a pasado para muchos peruanos. Por eso, quienes continúan reivindicando políticamente el final del terrorismo le están hablando a la pared. Esa temática ya no nos conmueve, no agita nuestras pulsiones. 

El año 1992 es uno de los hitos de la historia peruana contemporánea. La interrupción democrática de aquel año fue interpretada por el fujimorismo como la justificación para sus posteriores méritos en materia económica y lucha contra el terrorismo. La lectura fujimorista de los noventa fue exitosa por muchos años y hasta se impuso –en algunos sectores– como parte de la “historia oficial”. Sin embargo, el tiempo también es inclemente con los relatos políticos. Las nuevas generaciones no son necesariamente afines a esta interpretación. Para quienes nacieron en un país sin terrorismo y sin hiperinflación, el clásico relato fujimorista les dice muy poco. No necesariamente por “ignorancia”, sino por la mayor relevancia de otras preocupaciones.

Ensayemos un corte etario entre quienes nacieron antes y después de 1974 (y, por lo tanto, tenían 18 años en 1992). Para las elecciones del 2011, alrededor de la mitad de los electores habían nacido antes de 1974. Para las elecciones del 2016, ese grupo representaba un tercio. Es decir, quienes tienen un recuerdo vivencial del momento reivindicativo del fujimorismo –y quienes pueden ponderar la relevancia del ‘issue’ terrorismo– tenderán a disminuir inexorablemente con el paso del tiempo. Obviamente, entre estas generaciones mayores hay fujimoristas y antifujimoristas. De hecho, la edad del elector no fue un predictor del voto en las elecciones del 2011. Pero en las elecciones del 2016, sí. El haber nacido después de 1974 aumenta la probabilidad de haber votado por Kuczynski en los últimos comicios. Así como el fujimorismo es una marca reconocida entre las mujeres, el antifujimorismo se asienta con mayor comodidad entre los más jóvenes.

Mientras que el fujimorismo se articula en torno a una agenda anquilosada (que funciona para los mayores), el antifujimorismo ha sido capaz de actualizar negativamente la imagen de sus rivales (pensando en los jóvenes). Asociar al fujimorismo (viejo y nuevo) con corrupción, autoritarismo y prepotencia funciona como activación contemporánea del ‘anti’. Para los ‘millennials’ despolitizados, el fujimorismo es distante. No tiene nada de ‘cool’, ni siquiera una apreciación positiva de vintage. En un contexto en el que la pirámide demográfica evoluciona en su contra, el fujimorismo no ha sabido enamorar a estas nuevas generaciones. Les habla –en forma y fondo– en un lenguaje arcaico sobre temas que no importan más. No sabe acompañar el ritmo activista, la afinidad volátil y la superación de resentimientos con que los más jóvenes ven el futuro.