¡Te engaño porque puedo!, por Liuba Kogan
¡Te engaño porque puedo!, por Liuba Kogan
Redacción EC

Quienes protagonizan historias de amor, venganza, engaño y traición ocupan las primeras planas de diarios, espacios privilegiados en noticieros televisivos o copan las páginas policiales. El drama sin límites, los sentimientos descontrolados, la violencia psicológica y física al borde del homicidio nos atraen, conmueven y fascinan. Lo hacen porque de algún modo tocan fibras sensibles sobre cómo vivimos el amor, intentando que las cosas no se nos vayan de las manos: terapias psicológicas, libros de autoayuda, conversaciones con amigos, disminución de las expectativas respecto a la pareja para proteger a los hijos o la aceptación de una mediocre convivencia con tal de no disminuir la capacidad de consumo ni perder las redes sociales tras un divorcio. A las finales, cuando las cosas ya no se pueden manejar, un buen grupo de la población apela a la “separación civilizada” con el menor drama posible.

La farándula nos muestra, sin embargo, el drama sin mediaciones: gritos, acusaciones públicas y venganzas que no otorgan mayor espacio para el diálogo. Podríamos adjudicar estas formas de vínculos amorosos a miembros de la farándula porque muchos de ellos –al parecer– fueron víctimas de familias violentas, vivieron vidas marginales donde no eran frecuentes el diálogo y la contención psicológica; o, por el contrario, podemos acusar a los medios de comunicación por promover y exacerbar estas formas fulminantes de expresar los malestares del amor contemporáneo. Ellas más frecuentes de lo que suponemos en la vida del común de los peruanos.

Sea un asunto farandulero o no, el amor se nos ha vuelto complicado de manejar porque ahora esperamos mucho más que en la época de nuestros abuelos sobre los sentimientos amorosos debido a un contexto social y tecnológico que a la vez ofrece en exceso opciones de todo tipo más allá de solo el matrimonio. Es frecuente que las mujeres busquen que su pareja las haga felices siempre, que la pareja las desee con el mismo fervor (¿estará con otra?) y que el compromiso se muestre intenso, permanente... sin duda ni murmuraciones. Por otra parte, los hombres encuentran dificultades para seguir deseando a su pareja cuando encuentran una sociedad permisiva que ofrece abundancia de opciones para entablar vínculos sexuales (gratuitos, pagados, virtuales o reales); pero, sobre todo, cuando les es complicado seguir considerando su vínculo amoroso como valioso cuando la mujer exige compromiso.

Parece, pues, que esperamos mucho del amor en tiempos de la diversidad y la abundancia de opciones; pero sobre todo olvidamos que las relaciones de amor son más allá de su idealización romántica, vínculos de poder que nos exigen negociaciones continuas: qué me das y qué te doy, qué creo que merezco y qué estoy dispuesta a dar.

Los medios de comunicación parecen no haberse enterado de estas complejidades en torno al amor, porque lo siguen tratando en su versión romántica del siglo XIX... “y fueron felices y comieron perdices”. La pasión sexual –difícilmente controlable y subversiva– muchas veces pone en jaque el idilio romántico. Mientras muchas veces la búsqueda de felicidad y sentido permanente en la convivencia lo hace todo más difícil. 

No quiero ser pesimista..., pero por ahora o aprendemos a dialogar con nuestras parejas y a manejar las dosis de verdad y mentira que contamos sobre nuestros sentimientos, o muy probablemente aparezcamos en las páginas policiales.