Los opinólogos, atarantados ante Pedro Castillo, solemos decir que su presidencia es fruto del azar más que de algún talento que no hay que perder tiempo en auscultar; que siendo tan improvisado resulta tan impredecible que no nos pidan pronósticos, pues estos solo pueden ser reservados.
Sin embargo, muchos sí lanzamos una predicción, pues había data (lo que pasó con otros ‘outsiders’) y sentido común que la sustentaba, y porque, vamos, algunas constantes profundas, ríos subterráneos, afloraron a la superficie y los vimos, hasta nos mojamos en ellos. Todo eso permitió predecir que la alianza de Pedro Castillo con Vladimir Cerrón y Perú Libre se iba a resquebrajar, no necesariamente desaparecer del todo, pero reducirse a su mínima expresión.
No perdamos tiempo en analizar a los actores en declive, sino la razón por la que predictibilidad y pronóstico se cumplieron, a pesar de las inasibles veleidades humanas. Mi respuesta es que hay ciertos pilares de institucionalidad que se mantienen sólidos en este veleidoso temporal. Reciben durísimos golpes, pero siguen de pie. A veces pareciera que se derrumban, pero en realidad es que vacó, renunció, cayó o se desplomó quien los ocupaba pasajeramente. El mejor ejemplo es la presidencia del Ejecutivo, con tres sucesiones desde la renuncia de PPK, pero todas pegadas a la Constitución (incluyo la de Merino, sí señores) y la elección de Castillo que se impuso a pesar de alegaciones de fraude jamás probadas.
He ahí la respuesta: el poder que da la presidencia sigue siendo tan sólido que cualquier aliado será dejado de lado, si este es una amenaza contra aquella. Esto es tan obvio que era fácil predecir que el radicalismo del cerronismo chocaría fatalmente con la moderación que los nuevos aliados y las circunstancias de la gobernabilidad impondrían a Castillo. Así fue.
Pero los pilares de una institucionalidad que no ha sido borrada del mapa (les doy otro ejemplo, el JNE resistió la dura campaña del fraude y pudo ratificar a Castillo) también los podemos entender de otro modo: no solo han permitido que Castillo celebre 100 días manteniendo a raya a lo peor del radicalismo cerronista, sino que –esta es otra predicción– también nos van a salvar de Castillo y de sus otros entornos e impulsos radicales y autoritarios.
El presidente del azar recién está aprendiendo a reconocer y respetar los pilares de las instituciones que interactúan con la suya. Le acaba de suceder con el escalafón militar y ello le ha costado la cabeza de un ministro que, por otro lado, no creo que le duela mucho perder. Padecemos y nos quejamos de muchísimos males, flotamos en un mar inestable, pero hay que reconocer que hay fortalezas institucionales de las que nos podemos agarrar.
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