Ollanta Humala pasó de ‘outsider’ antisistema a gobernante en “piloto automático” con apretada rapidez. El apurado tránsito, sin embargo, estuvo repleto de improvisaciones: giros en el plan de gobierno, cambios en los equipos asesores y tecnocráticos, volatilidad de los cargos ministeriales, contracción y huida de ex leales parlamentarios. Han sido cuatro años de “administración nacionalista” –entendida como la ausencia de un norte común en el Ejecutivo, más allá de evocaciones políticamente correctas (“inclusión social”)–.
Cada ministerio ha corrido una suerte independiente a la de Palacio de Gobierno. Da la impresión de que pocos ministros se sienten parte de un “proyecto compartido”. Sus incentivos tienen que ver con aspiraciones profesionales propias y, en el mejor de los casos, con “poner el hombro por el Perú”, pero no aportan a un proyecto político, a una interpretación de país, a una lectura de la realidad. La gestión sectorial es ‘selfie’ en ese sentido, ensimismada en los indicadores de sus personalizadas carteras. Así, la controvertida foto en la puerta de Palacio, del 28 de julio, es la metáfora perfecta sobre estos años humalistas. Es la parcelación del Ejecutivo, especialmente, de sus méritos; una buena “foto para el face”, una oportunidad perdida para que el ex ‘outsider’ pase a la historia como estadista.
No es casual que el discurso presidencial evidenciara desbalances entre sectores. Mientras algunas carteras mostraron resultados concretos, como Educación –que incluso ejemplificó con nombres propios de escolares y docentes las primeras pruebas de la reforma sectorial–, abundaron los vacíos o los planes y propuestas que se puede llevar el viento. En materia de lucha contra la inseguridad, asoman iniciativas jurídicas loables que verán restringida su eficacia por la atomización de las políticas de Estado con que se enfrentan la delincuencia y el sicariato. En Lima, se expande el crimen. Trujillo se ha convertido en la ciudad de la eterna balacera.
El ‘copy paste’ sectorial del último mensaje de Fiestas Patrias delató la ausencia de un trabajo cohesionado, fue un reporte de logros y metas al viejo estilo ‘oenegero’. El abuso del listado sin narrativa integradora trasluce la comprensión de los peruanos en beneficiarios (o pobladores) antes que en ciudadanos. Si las políticas sociales no suman a la resolución de los grandes ejes de deficiencia estatal como el centralismo, la informalidad y el déficit político institucional, la gestión pública se estanca, se vuelve mediocre. Los avances alcanzados no son suficientes para poner en piloto automático al Estado –como ocurre con la economía.
El presidente Humala tiene una doble misión en su último año. Por un lado, afianzar el impulso reformador en aquellos sectores –Educación, Salud– en los que aún es posible concretar transformaciones estructurales positivas. Por otro lado, empezar a elaborar la interpretación de su legado, al enfatizar avances tanto como obstáculos y debilidades; integrar la autocrítica (lo cual recortará, a su vez, el daño de la oposición); y alejarse del proselitismo político (a favor de su candidato presidencial). Recordemos que la campaña, en términos prácticos, ya empezó.