Mucho de la historia moderna está marcada por la desconfianza mutua entre empresarios y personas que hacen trabajo social, en que unos les dicen a los otros soñadores, y estos los llaman insensibles ante los más necesitados. Tuve la suerte de participar en el reciente III Foro BASE del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que juntó en México a personas de ambos grupos, y sentí que estaba generándose allí una especie de “exorcismo”, necesario para eliminar ese conflicto.
Debo primero comentar que durante toda mi carrera he buscado mostrar a los empresarios que pueden generar bienestar a las mayorías, sin dejar de ser rentables. De la misma manera he tratado de convencer a los que trabajan en organismos altruistas que las empresas pueden generar beneficios directos a los menos favorecidos. Aunque he tenido la suerte de hacer trabajos provechosos en ambos sentidos (por ejemplo, aplicar técnicas de mercadeo en temas sociales como programas de salud, y desarrollar proyectos empresariales rentables de gran aporte social, como vivienda popular justa), con frecuencia he sentido en carne propia el conflicto del que tratamos. Para muchos empresarios resultaba ser yo alguien con ideas “demasiado populares”, y para muchos trabajadores sociales un “defensor del frío capitalismo”.
Pero los tiempos cambian, y el crecimiento económico de la región ha empezado a exigir a ambos lados una mirada diferente. Así, aunque todavía hay muchos pobres que necesitan de ayuda directa, millones de personas ya han superado ese nivel básico y podrían costearse bienes y servicios que les den un bienestar superior. Pero sucede que no pueden hacerlo, básicamente porque nadie se ha interesado en adaptarlos a sus necesidades.
¿Qué oportunidad se presenta entonces para las organizaciones altruistas? Además de seguir ayudando a los extremadamente pobres, se les presenta la oportunidad de llevar bienestar y crecimiento a estas nuevas mayorías, cooperando con empresas que puedan darles a estas una oferta de vivienda, educación, alimentación o salud a su alcance. Pero para ello deben ver que las utilidades de las empresas no solo son importantes como fuente de donaciones para sus proyectos sociales, sino también como una motivación para que ellas sigan generando bienestar a las mayorías.
¿Y para las empresas? Les aparece la oportunidad de llegar a mercados mucho más grandes, que les den mayor estabilidad de ventas y mejores ingresos. Mejor aun, con la ventaja que al ofrecer educación, salud o vivienda adaptadas a sus necesidades, ayudan a las nuevas mayorías a acelerar su desarrollo y las convierte en mejores clientes. Y si con sus ganancias generan impuestos o donaciones que sirvan para proyectos sociales y financiar a los altruistas, el círculo virtuoso se agranda.
Pero esto solo ocurrirá si ambos grupos, empresas y organismos benéficos, empiezan a verse como complementarios, y no como “demonios” a los que hay que eliminar. Para ello se necesitan más “exorcismos” como los del foro BASE del BID, que “trata de conectar a empresas del sector privado, gobiernos locales y comunidades en el desarrollo y provisión de productos y servicios de calidad para las mayorías”. Exorcismos quizá dolorosos, con protestas, gritos y humo saliendo de las cabezas de extremistas de ambos bandos, pero necesarios para tener una sociedad más integrada.