Fela es una mujer ayacuchana que llegó a Lima hace más de 40 años con sus cuatro hijos a cuestas. Había enviudado, la agricultura no le proporcionaba lo suficiente para vivir y los pleitos por el agua en la provincia de Parinacochas la hicieron buscarse un futuro en la capital.
Acá encontró trabajo como empleada del hogar y logró que sus hijos terminaran el colegio y consiguieran sus propias chambas. Fela trabajó toda su vida y ahorró cada centavo que pudo. Se compró su cocina, su refrigeradora, pagó con paciencia las cuotas del terreno que se estaba comprando en La Molina. Ahí construyó una casa de más de 200 metros gracias a un préstamo del Banco de Materiales, que también pagó puntualmente. A sus más de 80 años, Felita recibe una pensión de hambre de la ONP, a la que aportó toda su vida. Hace uso del seguro social y tiene una vida digna gracias a las rentas que consiguió con la venta de su casita. Si dependiera de la pensión que le otorga el Estado, sería una indigente.
Al igual que su mamá, Leonor trabajó para asegurarse un futuro y darles mejores condiciones de vida a sus niños. Como madre sola de dos criaturitas, supo desde siempre que de ella, y de nadie más, dependía su sobrevivencia. Leonor no solo realizó múltiples trabajos, sino que invadió un terreno en La Molina, muy cerca del que pagaba Fela, se instaló como pudo con esteras y palos, y desarrolló ahí un negocio de comida.
Leonor empezó como informal, pero hoy, sobre el terreno que finalmente le fue adjudicado, tiene un edificio de tres pisos. Tiene, además, varias bodegas y negocios formales, y con licencia sobre los que paga impuestos mensualmente. Cuando Fela vendió su casa para contar con un capital que le diera una vida más digna, fue su hija, Leonor, quien la acogió en su edificio de tres pisos en Las Viñas de La Molina.
Ambas son el perfecto ejemplo de un Perú que hace años se las arregla como puede. Son mujeres que se han roto el alma por dar a sus hijos salud, alimentación, educación y seguridad. Han, además, trabajado pensando en su futuro. Han ahorrado, han invertido, han planificado y han tomado decisiones que les permiten vivir sin molestar a nadie. Y menos mal, porque a Fela le falló un sistema nacional quebrado que otorga pensiones irrisorias. Leonor, en cambio, ni siquiera existe para el esquema actual. La tildan de informal, de irresponsable, de ociosa. Y no se han dado cuenta de que es una mujer que viene pensando en su futuro desde siempre, porque nadie más lo ha hecho ni lo va a hacer.
Leonor y Fela siempre han estado ahí. Las AFP también, pero entre ellas no hay un solo vínculo. No hay una sola posibilidad de encuentro, porque nuestros sistemas de pensiones no están pensados para ese peruano de verdad, ese emprendedor, ese que se rompe el alma todos los días y que ha sacado adelante con su chamba no solo a su familia, sino a su país. Para ese peruano, que sí ahorra, sí planifica, nadie ha pensado en una opción atractiva ni creativa. La única oferta es obligarlo a pagar comisiones altísimas para pensiones mediocres, porque, claro pues, ¿cómo lo vas a dejar que él solo se ocupe de su futuro, acaso no te has dado cuenta de que es un irresponsable?