Piñera Bachelet
Piñera Bachelet
Carlos Meléndez

“Nosotros tenemos la misión de hacer una segunda transición”, ha sido uno de los mensajes de en lo que va de su campaña presidencial. “ dio un ejemplo al mundo cuando hizo una transición ejemplar hacia la democracia [...] con el liderazgo del presidente Aylwin”, completaba el saludo al líder histórico de la Democracia Cristiana, partido que por primera vez abandona la tradicional coalición de centro-izquierda. ¿Cómo así un hecho remoto como el retorno a la democracia en 1990 puede jugar un rol relevante en la actual campaña electoral?

Los sistemas de partidos se cimentan sobre hitos históricos. El final de la dictadura pinochetista permitió el alineamiento de dos coaliciones partidarias: quienes reivindicaron los legados “positivos” del régimen saliente y quienes promovieron su final. La Alianza (UDI y RN) y la Concertación (PS, DC, PPD y otros), con alguno que otro cambio en el camino, fueron las expresiones partidarias de aquel “duopolio” que hoy se resiste a desaparecer. En Chile, la principal amenaza al ‘establishment’ no es un ‘outsider’, una nueva coalición de izquierda (Bachelet zanjó tal pretensión cuando catalogó al Frente Amplio como “los hijos de la Concertación”) o un populista, sino un probable abstencionismo alto (gatillado por el voto voluntario) que mine aun más la legitimidad del sistema político.

La crisis de representación que atraviesa la oferta política chilena ha llevado a algunos colegas (como Juan Pablo Luna) a preguntarse si acaso la “democracia sin partidos” peruana es el futuro de la chilena. Instituciones desbordadas socialmente, separación creciente entre clase política y sociedad civil, y la pérdida de control de la política subnacional permiten esbozar tal comparación. El financiamiento corrupto de la política y la arremetida de poderes ilegales (La Legua y otros barrios santiaguinos controlados por el narcotráfico ha encendido las alarmas de un país obsesionado por el orden) abonan en el parangón.

Considero, sin embargo, que hay una diferencia fundamental. Mientras el conflicto fundacional del alineamiento partidario chileno se halla muy lejano en el tiempo –a pesar de las referencias de Piñera– y dice muy poco a las nuevas generaciones, el conflicto político en el Perú está vigente. Mientras la política chilena ha burocratizado su conflicto político –lo cual se refleja en opciones electorales “fomes”, aburridas–, la polarización de la política peruana renueva cierta legitimidad a los dos bandos enfrentados –fujimorismo y antifujimorismo–. Los políticos chilenos no encuentran esa división política –¿existe?– que toque los nervios de sus ciudadanos. La disputa ideológica solo existe en las columnas de opinión. Más allá de matices, la derecha ganó el debate económico y el progresismo el debate de valores. Tantos gobiernos de “izquierda” no han cambiado el funcionamiento neoliberal de la economía chilena; y la “derecha cavernaria” (Vargas Llosa dixit) está a la defensiva en materia de derechos civiles. En Chile, los conflictos sociales existentes –mapuche, No+AFP– están segmentados y no escalan políticamente. En el Perú, la división fujimorismo/antifujimorismo atraviesa divisiones clasistas, regionales y valóricas. Paradójicamente, un sistema sin partidos como el peruano puede generar identidades (“pros” y “antis”) que se han perdido en otro con partidos y (sus) ‘think tanks’ como el chileno.