Hay autores a los que uno llega tarde. Eso me pasó con el escritor peruano Carlos Enrique Freyre (Lima, 1974), a quien descubrí hace algunos meses. Sabía que era un soldado del Ejército Peruano, sabía que había escrito una comentada novela sobre la lucha antisubversiva en la selva peruana, pero por falta de tiempo o por simple olvido nunca me había sentado a leerlo. Hasta que un día, me avisaron que lo entrevistaría en la radio por su reciente novela, “El último otoño antes de ti” (Estruendomudo, 2015). El libro de Freyre me cautivó desde las primeras páginas. Un amor tardío entre un viejo hombre de mundo y una jovencita moqueguana transcurría ante mis ojos de la mano de una bella y cuidada prosa de la que no podía despegarme. Freyre se revelaba en cada página como un escritor talentoso con un don muy especial para construir los avatares de un amor intenso y desigual, en una Moquegua adormilada de principios del siglo XX.
Si un soldado del Vraem es capaz de escribir tremenda historia de amor, me dije, entonces vamos a buscar sus historias de guerra. Y así fue como llegué (tarde) a su famosísimo “Desde el valle de las Esmeraldas” (Estruendomudo, 2009), una novela dura en la que no hay besos sino balas, en la que no hay campiñas y tardes de siesta, sino mosquitos y lluvias persistentes; una novela en que el amor no está en los arrumacos y en la ternura, sino en el recuerdo del olor de una mujer que espera al soldado en casa. En “Desde el valle de las esmeraldas”, el subteniente Leoncio Goicochea es el personaje central que narra una lucha sangrienta contra el terrorismo, en que el enemigo puede esconderse en el rostro del mejor amigo, en la panza de ese perro chusco que porta una bomba o en la mirada de un niño nativo al que obligan a hacer de campana. Goicochea representa, y ahí la genialidad de la historia que construye Freyre, a ese Perú que salió a pelear una guerra sin nombre, que se le plantó de frente a la muerte y que sin falsos heroísmos ni dramatismos innecesarios se fajó un día la difícil tarea de recuperar la patria de todos.
La historia que narra Freyre está hecha de recuerdos, de retazos de vida, de anécdotas de muerte, de sucesos sangrientos que pasaron o que siguen pasando. Pero es, también, la historia de una guerra en la que triunfamos, en la que hubo tanta humanidad como horror. Una guerra en la que participaron cientos de valiosos Leoncios Goicochea, que tuvieron que tomar espantosas decisiones que nosotros nunca estaremos cerca siquiera de evaluar. Una guerra que retrata, mejor que ninguna paz, el país que fuimos y en el que nos hemos convertido.
Por eso he querido cerrar el año contándoles sobre “Desde el valle de las esmeraldas”, porque creo que no podemos seguir dejando que se nos pase la vida sin mirar hacia atrás. Porque no podemos seguir regodeándonos en los horrores de una guerra, sin permitirnos mirar también sus honores. Porque debemos reconocer que de tanto machacar los excesos cometidos en una lucha sangrienta contra el terrorismo, se nos ha olvidado felicitar a nuestros héroes. Se nos ha olvidado homenajear a esos que, cargando un fusil y vistiendo un uniforme peruano, expusieron su vida sin perder su condición de seres humanos. Se nos ha olvidado darles las gracias por tanto y desearles lo mejor. Desearles más vida. Desearle un feliz 2016, teniente coronel Carlos Enrique Freyre.