Una semana en Uruguay creo que me permite –ustedes me juzgarán– ver nuestras tribulaciones con cierta calma. Con razón, un amigo peruano en Montevideo me decía, en buena onda, que el uruguayo es un ‘argentino con tranquilizante’. Y añadía otra definición en joda: ‘además, es laico, público y gratuito’. Oh sí, ese pequeño Estado no fallido (3,4 millones de habitantes) tiene el mayor porcentaje irreligioso en la región (37% se declara no practicante, ateo o agnóstico), y ha logrado un irresistible combo entre avances liberales y respeto a la tradición. Hace obra práctica y roba poco. Y son más futboleros que aquí, lo que viene a cuento para lo que más adelante les diré. ¡El taxista que me llevó al aeropuerto ayer conocía el caso de Paolo de pe a pa!
Bueno, pues, somos un Estado bastante más grande (31,7 millones) y difícil, y no tan fallido como declama el pesimismo nacional del que quiero disentir. Por ejemplo, el Papa acaba de designar a un segundo cardenal, bajando así, sutilmente, las ínfulas a Juan Luis Cipriani, el líder no solo religioso sino político del conservadurismo local. Saben, ese es el mayor reto político que nos espera: traer a ese conservadurismo lo más al centro posible. Conciliar, al menos, en dar un lugar a la memoria y a la diversidad, valga el juego de palabras.
No somos tan fallidos –ojo a esto– si hemos podido cambiar a un presidente renunciante, en paz y en buena ley. Algunos llaman a esa calma:‘desafección a la política’. Yo quiero ver, más bien, afección a una nueva forma de hacer política que está en construcción. A eso quería ir. Mi amigo Hugo Neira ha escrito un provocador artículo que parafraseo en mi título: “Fútbol racional y política digna del Larco Herrera”. Hugo confiesa que encuentra mucha más lógica en la pasión con la que esperamos el Mundial y afrontamos el ‘impasse’ de Guerrero, que en la política, con ciudadanos y medios dándole duro a un gobierno que nace de la emergencia y merece más atención y respaldo.
Coincido con Hugo en lo del fútbol racional: ¡eso es el deporte, un desborde de pasión con reglas claras! En cambio, en la política hay una dosis de despelote y conflicto, una suerte de eterna búsqueda de la representación esquiva que vuelve al ciudadano maletero, desafecto y desconfiado. Vizcarra y Villanueva, y los fujimoristas que aún dominan el Congreso, reciben duro y parejo en las encuestas, sin importar sus esfuerzos por pactar en bien del país. Al contrario –y esto sí admito que parece de locos– el pacto no se celebra sino que se estigmatiza. Para conciliar, querido Hugo, diría que políticos, medios y ciudadanos que hacemos política no estamos para el Larco Herrera, aunque sí para sesiones de terapia en el diván.