Aunque parezca difícil de creer, el cuco de esta semana –la “ideología de género”– también fue determinante en la victoria del No en Colombia. En este triunfo de la extrema derecha, que los medios internacionales han comparado, por su nivel de irracionalidad y coqueteo con la catástrofe, con el ‘brexit’ y la elección de Trump, fueron cruciales los sectores extremistas de los cultos católicos y evangélicos.
“En el punto 82 [del Acuerdo de Paz], se pactó el compromiso de establecer como política pública la ideología de género”, decían mensajes enviados a través de WhatsApp y de volantes en las zonas rurales donde los evangélicos tienen llegada.
El mismo ex presidente Álvaro Uribe llegó a advertir que la “ideología de género” se convertiría en “parte de nuestro ordenamiento constitucional”. Todo esto era mentira, claro. El punto 82 del acuerdo simplemente abogaba por la igualdad de condiciones de los involucrados sin importar su orientación sexual. Eso era todo.
Pero estamos en el mundo de la posverdad, es decir, donde la gente únicamente consume y, sobre todo, contribuye a difundir información que refuerza sus propios prejuicios sobre la realidad. Por supuesto, mientras más los refuerce, es más probable que sean mentira, pero eso es lo de menos. El valor de la verdad ha caído al subsuelo. En ese mismo contexto, en las redes sociales colombianas se esparcieron, con mucha alharaca, imágenes falsas de un supuesto material de su Ministerio de Educación. A pesar de haberse desmentido rápidamente, los escandalizados tuits y publicaciones de Facebook siguen allí, con sus miles de compartidos.
¿Les suena todo este escenario? Esta semana circularon imágenes de un material para docentes del 2014 de nuestro Ministerio de Educación, mezcladas con las imágenes falsas de la campaña colombiana, con guías de una ONG española de apoyo a niños transexuales y con torpes montajes en Photoshop. Todo junto y revuelto desde cuentas anónimas en redes sociales para demostrar que el ministro Saavedra era otro “ideólogo de género”. Inmediatamente contaron con el apoyo abierto de congresistas conservadores (es decir, del fujimorismo y, bueno, Salvador Heresi) y con la discreta difusión de periodistas que retuiteaban falsedades a sabiendas.
Lo peor ha sido que el Ministerio de Educación cedió ante el escándalo y borró de su web el material real, donde lo más escandaloso eran cuentos como “El caperucito rojo”, una ingeniosa vuelta de tuerca a la historia original, tan inocua como el desapercibido estreno en los cines peruanos, este mismo año, de “Las cazafantasmas”.
¿Sabrán los trolls a sueldo, los periodistas ellos sí ideologizados o los políticos empresarios que todo es falso? En realidad, les da lo mismo. Qué importa, con tal que se difunda y que asuste. Como pasó en Colombia, el objetivo real es otro. En este caso, tumbarse la reforma universitaria. Todo lo demás, cualquier otra excusa, no es posverdad, es, sencillamente, mentira.