Todos hemos crecido bajo la tutela de modelos, de referentes importantes. Estos suelen ser miembros cercanos de la familia (los padres, los tíos, los abuelos) y también personajes más populares como los deportistas, las estrellas de la música, los intelectuales o los luchadores sociales. Desde niños buscamos identificarnos con los valores que nuestros héroes personales nos aportan como la dedicación, la valentía, la perseverancia.
Cuando pienso cuáles fueron algunos de los ídolos de mi generación, me asalta cierto desasosiego: cuando Michael Jackson era ese prodigio capaz de caminar sobre la luna, nunca imaginamos que años después del Rey del Pop no quedaría nada, ni su color de piel. Se volvió blanco, su música dejó de ser tan fascinante y terminó involucrado en serísimas acusaciones de pedofilia. A Maradona lo vimos meter goles con una pasión que ya quisiera Messi para un día de fiesta. Entre él y el arco no se interponía nada, ni las zancadillas de los defensas cuyos muslos eran más grandes que el ‘Pibe’ mismo. Cómo prever que años después terminaría gordo, medio loco y entrando y saliendo de centros de rehabilitación de drogas. Al gran Christopher Reeve, el Superman más guapo y distinguido que haya conocido la historia, se le acabaron los superpoderes y terminó parapléjico en una silla de ruedas después de que un caballo lo botara al suelo. Mónica Santa María, la chica de la sonrisa dulce, la dalina por la que babeaban grandes y chicos, se pegó un tiro en la boca y decidió terminar con su existencia, y de paso llevarse todos los sueños de nubes y de luz que iluminaban nuestros días noventeros de crisis.
Hemos visto caer estos referentes que en su momento parecían invencibles, los hemos visto flaquear, los hemos visto descender de sus pedestales. Y por más que en algunos casos ha sido una experiencia traumática, esa parece ser la ley de la vida. Uno endiosa a sus padres, adora a determinados personajes para luego, con el tiempo, hacerlos aterrizar no sin antes agradecerles las ilusiones prestadas. Los valores recibidos. Los ejemplos ofrecidos.
Cuando miro qué pasa con las generaciones actuales, el asunto parece ser un poco más complicado. Con la inmediatez de la tecnología, los ídolos y referentes pueden durar lo que demora un video de YouTube en pasar de moda. Un día todas las niñas son fanáticas de un grupo de chicos coreanos a los que no les entienden nada; y al día siguiente un nuevo concursante de su programa favorito es el que las tiene locas. Da la impresión no solo de que los referentes se agotaran más rápido, sino de que no se necesita gran cosa para convertirse en un ejemplo para los demás. En una sociedad basada en el consumo vertiginoso, lo que importa es la novedad, la fugacidad, lo que viene con la viada suficiente para desplazar a lo que está vigente.
Por eso, esta semana tuve un poco de nostalgia de nuestros referentes del siglo XX. Es verdad que nuestros ídolos se fueron descompaginando y algunos terminaron más que caídos. Pero mientras brillaron, que no fue poco tiempo, nos regalaron sueños, esperanzas y determinaciones invalorables que de algo nos habrán servido en la vida. No nos vendieron la falsa y ridícula ilusión que había que ponerse silicona en las tetas y petróleo en los bíceps para alcanzar la felicidad.