Esto sí que se llama confusión de sentimientos. Décadas después de nuestra primera bronca, esta noche Magaly Medina me concederá por primera vez la entrevista que mil veces le pedí y otras mil veces juré jamás le haría. No negaré que el vendaval de habladurías que ha despertado el sospechoso encuentro son justificadas. ¡Por la plata baila el mono! ¿Quién te viera y quién te ve? ¡Qué hipocresía! ¿Cómo pueden sentarse a charlar -tan civilizadamente, como alegres camaradas- dos personas que, a lo largo de tantos años, han empuñado machete, cuchillo y hacha para eviscerarse mutuamente, ante los ojos de todo un país? Quizá la respuesta se halle oculta en una entrevista que le hizo su ex amigo Fernando Vivas en 1998, cuando ella recién comenzaba a detonar sus escandalitos primigenios. Entonces él le preguntó: ¿Es por ese fatalismo del éxito tuyo, que crees que tienes que triunfar golpeando a los grandes?
Magaly respondió: “Sí, conozco ese precepto, golpea al líder y obtén rating. Vengo utilizando eso desde mi época de crítica de TV en la revista Oiga”. Recuerdo, como si fuera ayer, que, cuando leí aquella respuesta, me quedé pensando: “golpea al líder y obtén el éxito”. Mmm. Si Magaly –trabajando en la prensa escrita- había logrado volverse una celebridad, prendiéndosele del cogote a Gisela, ¿qué tendría que hacer yo, que entonces era solo un esforzado reporterito dominical, para ascender, por fin, al escalón inmediato superior? Allí tenía la receta secreta de la experta. Tenía que hacerme conocido.
Pero ya se sabe que todos los jamones de los reporteros se los lleva siempre el único famoso que cabe en un programa periodístico: el conductor. A nadie le importaba cuántos cerros trepara o cuántos ríos cruzara en busca de la gran primicia de mi vida, lo único que tenía que hacer para dar el gran salto al programa propio era golpear al grande. Y en 1998, estaba más que cantado que la figura que nítidamente pintaba para grande era Magaly. Pero, como recordarán, este amor-odio no comenzó con golpe. Todo lo contrario. Unos públicos coqueteos a propósito de nuestras respectivas –y también públicas- liposucciones desencadenaron en un premeditado piquito durante el programa de Ernesto Pimentel. Nuestros aún fajados cuerpos se trenzaron por apenas un par de tímidos segundos, tiempo suficiente para que los gráficos me regalaran la primera-primera plana de mi vida. Surgía así la real pareja imaginaria: la célebre Urraca y el reportero desconocido, (que, a la sazón, continuaba atrincherado en el clóset). El intercambio de flores continuó y cuando, tras la entrevista de Álamo al Chino y al Doc, me mandé mudar, Magaly me invitó, feliz, a su set pero llegué tan temprano que tuve tiempo de tomar más alcohol del aconsejable. El resultado fue catastrófico, un derramamiento de sangre de nunca acabar. Nos dijimos de todo por décadas. Desde bastarda hasta depravado pasando por pedófilo y tu hijo drogadicto. “No quiero herir a la gente con lo que hago.” –había hecho votos ella en la vieja entrevista de Vivas- “Temo verme perdida en un mundillo que yo misma he ayudado a armar”. Esta noche haré míos sus votos porque regresa a la TV y esta vez me toca ser el anfitrión. Qué nervios. ¿Qué pasará, no?