Seamos realistas. Esta es una situación similar a la de fines de los 80 cuando padecimos el efecto combinado del terrorismo y la hiperinflación. Fujimori, pragmático como nadie, abrió las compuertas de la informalidad para que esta absorbiera el desempleo y subempleo. Y teníamos, como ahora, un Estado lento y pesado.
Los 90 fueron los años en que el comercio ambulatorio, el autoempleo en pequeñas empresas y los taxis crecieron exponencialmente. La gran ironía es que al sector informal no lo regula nada y es a la vez válvula de escape que regula la capacidad de nuestra economía para generar empleo. Sin ir muy lejos: en los últimos años no hubiéramos absorbido a buena parte de la migración venezolana si no fuese por el ‘boom’ del delivery.
¿Y ahora quién absorbe tanta calamidad? Quienes soñábamos con reformas de segunda generación y combos formalizadores tenemos que ajustar nuestras ilusiones. Los protocolos sanitarios tienen mucho sentido porque está de por medio la supervivencia de la nación y de la especie, pero la tramitología excesiva que aún padecemos es venenosa.
Bueno, pues, la informalidad va a crecer y no la vamos a parar. Hay que sacarse el chip de ‘mamá, quiero cumplir con los estándares OCDE’, y repensar el potencial informal que aliviará la recesión que ya vivimos. Así como, en estas semanas, parte de la clase media se desliza hacia abajo, trabajadores formales también se deslizarán hacia la informalidad.
¿Cómo dignificar este emprendedurismo desde la nada y no catalogarlo de pecado de la economía? En primer lugar, hay dos procesos de adaptación a los nuevos tiempos, que ya eran indispensables antes de la pandemia y ahora son impostergables: la digitalización y la bancarización.
El emprendedor más precario y modesto podrá evadir el registro de la Sunat, la Sunafil o el Indeci, pero no puede vivir ‘en efectivo’ al margen del sistema financiero, pues. Una tarjeta de débito va a resultar siendo tan importante como un DNI, si no queremos que se repita el caos de la repartición de bonos durante la pandemia. Qué tal si antes que en ‘formalizar’, pensamos simple y humanamente en ‘incluir’.
La inclusión financiera es una parte del problema en la que podemos avanzar ahora mismo. Pero se abren mil interrogantes y cuellos de botella, que no los resolverá ni la izquierda, que todo remite al Estado (como si este no pudiera también quebrar), ni la derecha, que no pierde la fe en que el libre mercado, en plena crisis, asignará juiciosamente recursos.
Tras los palos, cuernos y sinceridad. Asumamos que la informalidad crecerá por razones de supervivencia y seamos imaginativos para que no desborde los reductos de institucionalidad formal y bien regulada que no podemos librar al sálvese quien pueda.