Quiso ser como ellos y le hicieron ‘bullying’. Pasa todos los días en todas las aulas y esquinas, en todos los escenarios donde la cultura patriarcal, supuestamente, campea.
Keiko no quiso ofender a nadie cuando dijo de la depresión: “eso es para perdedores”. Más bien, se portó como el orador nervioso que quiere halagar a esa primera fila conservadora y machista que se ha inventado mentalmente por un asunto de método escénico. Luego, el orador contrariado, se da cuenta de que, en realidad, habló para la retaguardia. Y la crítica y el desdén de quienes piensan distinto empiezan a sonar en sus oídos tanto o más que el aplauso de su gente. Y duda si hizo lo que debía o quería hacer. Entonces, vuelve a callar.
¿No era que Keiko, desde antes de su incursión en Harvard, había empezado una ruta hacia el centro, con toques de liberalización caviar? ¿No es que quería disminuir su antivoto aun a costa de alarmar al núcleo duro albertista? ¿No es que perdió la elección por no seguir a cabalidad la ruta que había emprendido?
Respuesta provisional: la derrota presidencial volvió a descentrar a Keiko. PPK ocupó el centro con la ayuda de la izquierda. El conservadurismo religioso derrotado, viendo que Fuerza Popular domina el Congreso, la ronda y la seduce. La quiere de contrapeso y de sucesora al experimento tecnocrático liberal de PPK. Y hasta consiguen de ella un gesto polémico como avalar que Rafael Rey vaya al BCR.
El silencio de Keiko no es un problema de depresión, es un problema de identidad. El balconazo en el local de Paseo Colón fue el de un patriarca conservador que dice algo así como que la depresión es una mariconada caviar. Ese día, Keiko fue mucho más Trump que Hillary. El conservadurismo es fatal para muchas mujeres políticas. Las induce a reprimir su femineidad como si esta fuese sinónimo de la satanizada ‘ideología de género’.
Alberto Fujimori contó ayer, en una carta, que el Perú entró al APEC con el padrinazgo de Japón que estaba agradecido por el rescate de los rehenes japoneses en la operación Chavín de Huántar. O sea, según la versión de Fujimori, labramos nuestro camino a los foros mundiales a punta de balazos. La épica antiterrorista, en el rollo patriarcal, desplaza a la diplomacia y a las políticas de Estado para lograr estándares de desarrollo comparativo. En el balconazo de Keiko también primó el alarde machista.
Keiko tiene un problema de identidad política. Con la psicológica no me meto, que eso sería reductor e invasivo. Tiene que decidir si recupera su ruta al centro, para el que tiene propuestas de legislación económica inclusiva; o si se entrega al patriarcado conservador cual nueva Lourdes Flores.