¿Quién tiene la culpa de los destrozos y pérdidas de vidas por las lluvias en nuestro país? La respuesta, sin duda, es múltiple. Veamos.
La primera causa es evidentemente la naturaleza. Esa que con el ciclón Yaku, un fenómeno nunca (o raramente) visto por estas zonas, alteró todo el esquema meteorológico del país. Allí algunos dirán que eso es falta de los ciudadanos del mundo, que, por el inmenso consumo de combustibles, estamos generando un monstruo climático que acabará con la humanidad.
Acercándose más a nuestra realidad, muchos responsabilizarán a las autoridades nacionales y regionales que, por ineficiencia o corrupción, no construyeron las defensas necesarias. Algunos hasta hablarán de la ineficiencia de los meteorólogos, que no previeron el fenómeno. Otros dirán que la mayor culpa es de las autoridades locales, alcaldes que, en busca de votos, en vez de evitar que la gente se instalara en zonas peligrosas, los apoyaron. No faltarán los que apunten, como grandes culpables, a quienes se instalaron en lugares cuyo nombre mismo (El Huaico, La Quebrada o Río Seco) indicaba que eran riesgosos.
Cada uno de los señalados, salvo la naturaleza, tendrá excusas para su comportamiento. El calentamiento global no es nuestra falta, sino de los países desarrollados, que gastan 10 veces más energía que nosotros, dirán muchos ciudadanos. Es de las autoridades anteriores, todas ellas descuidadas y corruptas, no como nosotros, afirmarán los gobernantes. Avisamos con tiempo, se defenderán los meteorólogos, pero no nos hicieron caso. Siendo sus representantes y no sus jefes, no podíamos oponernos a la voluntad de miles de familias que deseaban instalarse allí, contestarán los alcaldes. Necesitábamos un lugar para vivir, ¿quién iba a pensar que se iba a desbordar si desde hace años allí no llegaba el agua?, responderán algunos damnificados.
Si el lector valorara la razonabilidad de cada excusa, encontrará que todos tienen algo de verdad. Pero con la misma lógica verá que todos, exceptuando a la naturaleza, que actúa como mejor le parece, tienen (tenemos) también algo de culpa. Por eso, sin importar en qué grupo nos situemos, más que buscar culpables, hoy es prioritario ayudar a disminuir las carencias urgentes de las familias afectadas. Luego nos tocará cambiar nuestro comportamiento, enseñar a los vecinos a protegerse y elegir mejores autoridades para prevenir desgracias similares. Ello siempre que la señora naturaleza, como lo hace incluso en los países más desarrollados (recordemos al huracán Katrina y los desbordes en Europa), no opine lo contrario y perjudique también a inocentes que sufrirán a pesar de haber tomado todas sus precauciones. Que todos tengamos una mejor semana.