Como jefe del Estado, Martín Vizcarra debería estar dedicado al 100% en el combate contra la pandemia, pero no será así. Su última –y larga– batalla la librará con el fin de permanecer en la presidencia. Así lo han dispuesto sus adversarios y, de alguna manera, lo alentó él mismo al mostrar su vulnerabilidad ante las denuncias que llegaron desde su pasado como gobernador regional de Moquegua, entre el 2011 y el 2014, y que apuntan a presuntos casos de corrupción hoy investigados a nivel de fiscalía.
Mal destino para un mandatario que se erigió por encima de todos los grupos políticos, que alentó la disolución del Congreso anterior como parte de su estrategia de supervivencia política –desdeñó pactos y prefirió denunciar presiones y chantajes de la oposición, colocando así a buena parte de la opinión pública de su lado–, sin calcular que un nuevo Parlamento, sin bancada oficialista, no dudaría en colocarlo en el centro de sus ataques y críticas, como antesala a la elección del 2021.
Este fue un riesgo que Vizcarra subestimó y que ahora lo asfixia: no hay semana que en el Legislativo no ajusten cuentas con él, o que lo zarandeen con el afán de expulsarlo de la presidencia vía una vacancia y sin importar si les alcanzan los votos. Las bancadas ya probaron “sangre” y seguirán así. La política peruana se mueve en función a la descalificación y a la anulación del adversario, y en Acción Popular, Podemos Perú y el fujimorismo (que anteriormente ensayó lo opuesto) creen que su futuro electoral dependerá de cuánto golpeen al Gobierno. Y si pueden vacarlo en medio de sospechas por corrupción, mucho mejor.
Mientras todo esto ocurre, el país sigue sin saber cuándo y cómo terminará la crisis económica y social más grave de las últimas décadas. “Ya habrá tiempo para ofrecer de todo en campaña y pensar en algo si llegamos al poder”, estima la mayoría de los partidos, mostrando una enorme inconsciencia acerca de lo que significará gobernar el Perú en los próximos meses (que haya candidatos a la presidencia o jefes de “plan de gobierno” que ignoren alegremente a cuánto asciende la remuneración mínima vital da una idea de lo crítico de la situación que afrontaremos).
Así, mientras Vizcarra responde como puede, involucra a más ministros en su defensa y lanza campañas publicitarias que pocos entienden, la mayoría opositora seguirá abocada a moverle el piso y desnudar su gestión. Al mismo tiempo, arreciarán los proyectos populistas –estamos en campaña, era obvio que sucedería– y el asedio sobre la ministra de Economía y otros funcionarios claves del Ejecutivo. Faltan cinco meses para las elecciones, pero zarandear a Vizcarra será parte de la campaña. Lamentablemente para él, esto solo puede empeorar.
Contenido sugerido
Contenido GEC