En la primera película de la saga “Star Trek”, el “Enterprise” responde a una llamada de auxilio. Una nave de la Federación ha sido destruida por lo que parece una conciencia cósmica que se dirige a la Tierra en busca de su creador. Después de una larga investigación, tras internarse en la entidad y alcanzar su corazón, el temerario capitán Kirk y su asombrada tripulación descubren que la amenaza no era otra cosa que la vieja sonda “Voyager”, lanzada al espacio 300 años antes, y que había adquirido conciencia propia, convertida en centro de un universo propio, vacío y sin propósito. Tras tanto tiempo acopiando conocimientos, el hipertrofiado artefacto intentaba volver a casa habiendo olvidado a su creador. Como única pista, repetía su original programación: compartir sus descubrimientos con su fuente de origen.
De las once cintas que hasta ahora se han estrenado de esta saga galáctica, este filme quizás es el que más divide a la crítica y a los fanáticos. Hay quienes nunca aceptaron el paso de la ligereza “camp” de la serie a la gravedad existencialista del filme, mientras otros defienden la apuesta de Gene Roddenberry por dejar atrás la sensibilidad pasada de moda de las entregas televisivas y profundizar en una franquicia que buscaba distanciarse de la ópera espacial que supuso, dos años antes, el estreno de “La guerra de las galaxias” de George Lucas.
Cuarenta años en el futuro (o siglos en el pasado, dependiendo desde dónde miremos), la escritora chilena Nona Fernández presentó en la feria del libro limeña su novela “Voyager”. Su argumento no le debe nada a Roddenberry, aunque resulta también una metáfora sobre la memoria. Dos líneas corren paralelas en su libro: la historia íntima de su madre, víctima de epilepsia, cuya tomografía significó para la autora la entrada a un nuevo universo: neuronas brillando como estrellas dentro de la caja craneana. Y la segunda, el cielo límpido de Calama, en Chile, uno de los lugares más idóneos para la observación astronómica, pero en cuyo subsuelo esperan a ser desenterradas las víctimas de las “caravanas de la muerte” que recorrían Chile a inicios de la dictadura militar. Ella me detalla cómo ambas historias fueron confundiéndose hasta compartir el mismo símbolo. Su madre y las viudas de los desaparecidos eran estrellas en desaparición, soles que se apagan lentamente.
En el fondo, el trabajo literario es eso: tejer constelaciones. Vamos dando sentido a imágenes diversas, juntamos sensaciones, tejemos problemas y reflexiones, hasta convertirlos en material que fluye homogéneo en una historia preservada del olvido. Y, mientras tanto, el “Voyager” real, silencioso, traspasa la órbita de Plutón, siendo el único artificio humano lanzado más allá de nuestro sistema solar.