Lima necesitó 430 años, hasta 1960, para tener 2 millones de habitantes y solo 50 más para llegar a los 10 millones de hoy. Por eso, al cumplir 480 años de fundación española, Lima se encuentra con los problemas del crecimiento propios de la adolescencia, con diversas facetas de personalidad que conviven sin entenderse y a veces en conflicto. Veamos hoy tres de ellas.
Lima española y Lima inca. Durante siglos, Lima se preció de ser española y europea, menospreciando su pasado inca y andino. Su música era el vals o la marinera, nunca el huaino, al que rechazaba. Y a pesar de la gran afición mestiza por los toros en nuestra sierra, los limeños tradicionales la asumen como española castiza, con olés, vino y paella a la salida. Pero cuando hace 40 años empezaron a llegar millones de migrantes de los Andes, Lima se convirtió en el centro del Perú profundo. Hoy las asociaciones andinas superan por mucho a las peñas criollas, y los derivados del huaino, la chicha y la cumbia peruana guían la moda musical. Y el 18 de enero se celebra con pasacalles en la Plaza de Armas.
Lima costera y Lima interior. Otro problema de personalidad de Lima le ocurre porque, estando a orillas del Pacífico, tiene tradición de ciudad mediterránea. Ciertamente, Lima se alejó del mar en sus inicios, para evitar los ataques de piratas, dejando el mar al Callao, provincia diferente. Pero cuando el crecimiento hizo que los lejanos balnearios Magdalena, Miraflores o Chorrillos se integraran a la ciudad, Lima no evolucionó a ciudad costera. Así, salvo excepciones como Larcomar y uno que otro hotel, Lima no aprovecha el atractivo marino, más bien destroza sus playas y sus olas, con pistas como las que pretende hacer hoy el municipio en la Costa Verde.
Lima jardín y Lima desierto. En Lima usamos todavía el nombre de Ciudad Jardín que quizá alguna vez mereció, sin darnos cuenta de que la mayor parte de la ciudad se sitúa sobre arena. De hecho, dicen que Lima, solo después de El Cairo, es la ciudad más grande del mundo en un desierto, pero los limeños no nos hemos dado cuenta de ello. Y así llamamos Costa Verde a algo que nunca lo fue, y que difícilmente lo será, les ponemos tejas contra la lluvia a nuestras casas y soñamos con jardines exóticos cada vez más lejanos. Más aun, los limeños tradicionales no hemos aprendido a valorar el agua, cosa que para los vecinos de las nuevas Limas, que crecieron con la escasez de ese recurso, resulta natural.
Esperemos que con la entrada a la madurez nuestra capital resuelva sus problemas de personalidad y se aprecie tal como es. Que empiece a entender que, por ser el centro del país, es portadora de la esencia peruana, de un mestizaje con fuerte presencia andina, como Bogotá o Quito. Que entienda también que su situación costera es una ventaja inapreciable que no puede seguir desperdiciando, y que debe seguir el ejemplo de Guayaquil y Río de Janeiro. Que acepte finalmente que es una ciudad del desierto, y que defina así su personalidad urbanística, como lo han hecho Marrakech o Tel Aviv, viviendo armónicamente con su seca pero no por ello menos potencialmente bella realidad. ¡Feliz aniversario, Ciudad de los Reyes, de los Chávez y de los Quispe!