GUSTAVO RODRÍGUEZ
Escritor y comunicador
Lima recibió durante el 2012 más turistas que Tokio o Berlín. De hecho, recibió más turistas que Buenos Aires, Ciudad de México, Río de Janeiro y cualquier otra ciudad de América Latina. Tal es la conclusión que uno obtiene cuando se analiza el reporte de Euromonitor International publicado la semana pasada en el diario “Gestión”.
Para alguien que vivió la Lima de los atentados terroristas y su agua con olor a caca, esta noticia parece sacada de la ciencia ficción. Por eso es que luego de investigar las credenciales de la empresa que hizo el estudio y de ponerme en plan pinchaglobos (“Lima es prácticamente la única puerta de ingreso aéreo al Perú, algo que no ocurre en países tan centralizados” o “muchos de esos turistas van al sur peruano como destino final” y “eso no es mérito de Lima, sino de su condición de hub de dos aerolíneas regionales) mi posición se quedó estacionada en un optimismo razonable: aunque nos falte mucho, también es mucho lo avanzado.
Fue al leer los comentarios que provocaba esta noticia en las redes sociales cuando intuí que el número de limeños incrédulos no era poco comparado con el de los limeños orgullosos. No los culpo. Padecer nuestro aún espeluznante transporte público o comprobar que durante gran parte del año no vemos un retazo de cielo azul bastan para desanimar a cualquiera de pensar que Lima es una ciudad que debe verse antes de morir. Pero intuyo que es esta posición negativa a priori con respecto a Lima lo que también la hace tan querida para los inadvertidos que la visitan. Tal cual ocurre con esos galanes simpáticos que anuncian con antelación lo feos que son, los turistas que visitan Lima se van con la sensación de que han visitado una ciudad con encanto escondido, una especie de secreto bien guardadito de Sudamérica. Como le ocurre a los peces, que no saben que habitan en el agua, los limeños olvidamos que vivimos en una capital singularísima de América debido a tres razones:
1. Lima es una urbe milenaria que existía mucho antes de que los españoles le dieran fundación a la usanza europea y es un nudo de culturas que hoy se aprecia hasta en su comida.
2. Lima tiene un balcón envidiable sobre una bahía hermosa del Pacífico.
3. Lima tiene gente cabrona como cualquier ciudad grande, pero, en su inmensa mayoría, sus habitantes son amables y proclives a hacer sentir bien al visitante.
Por supuesto: México D.F. también fue una urbe precolombina y tiene gente encantadora, pero ¿respira brisa marina? Río de Janeiro es una ciudad enclavada en un paraíso atlántico, pero ¿tiene una historia que se acerque a los años de Cristo? Es de idiotas discutir qué ciudad es mejor que otra, porque eso no depende de la ciudad en sí, sino de las expectativas de quien las visita. Pero una cosa es clara: Lima es para cualquier visitante extranjero mucho más interesante de lo que cree el limeño promedio.
Si a la brecha de infraestructura que aún le queda por cerrar Lima le añadiera una campaña de concientización a sus habitantes en escuelas y medios –la de ser una metrópoli milenaria bañada por el mar–, ese ránking variaría de la incredulidad al orgullo genuino.