Desde que terminó la Guerra Fría, al inicio de la década del 90, Estados Unidos se erigió como el líder hegemónico del planeta. Pese a la globalización, la multiplicidad de cadenas de suministro, el empuje de la tecnología y la irrupción de China en el comercio, el mundo desde fines del siglo XX y en este siglo XXI sigue siendo delineado desde una óptica occidental: con Washington a la cabeza y sus aliados europeos en menor medida.
Pero el timón podría estar virando de dirección. O quizá están apareciendo nuevos timones. La reciente cumbre de los Brics ha sido histórica y puede ser un parteaguas de lo que será el devenir geopolítico, económico y comercial.
Desde el 2010, el grupo lo forman Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, que desde entonces han buscado erigirse como una alternativa al G7, el exclusivo club de las economías más industrializadas del mundo y cuyo valor primordial es la democracia.
Los Brics son más pragmáticos, tienen intereses disímiles e incluso algunos tienen relaciones cordiales, pero tensas (como China e India), pero el faro que los guía va más allá y eso quedó demostrado con la expansión del bloque, que desde el 1 de enero del 2024 pasará a tener seis nuevos miembros: Argentina, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Etiopía y Egipto.
De hecho, 23 países habían pedido formalmente su adhesión, pero por ahora solo seis pasaron el examen (para otro análisis queda discutir por qué entró Argentina, que está al borde del colapso económico, y no Indonesia o Nigeria).
El nuevo bloque representa nada menos que el 30% del PBI mundial, el 46% de toda la población en el globo y controla el 42% de la oferta del petróleo. De hecho, cinco de sus miembros están entre los diez principales países productores de oro negro en el mundo, con lo que su poder de negociación no será poca cosa.
Este Brics ampliado (o Brics+) ha sido un anhelo de China, que ve cristalizados sus esfuerzos de liderar un grupo lo suficientemente fuerte que le haga contrapeso económico (y político) a Estados Unidos, y ha mostrado que el llamado sur global no tiene reparos en codearse con quien considere necesario para poder hacer negocios rentables.
Xi Jinping ha sabido pescar en un mar de anhelos de mayor representación en el sistema internacional (Brasil e India siguen exigiendo un cambio en el Consejo de Seguridad de la ONU, por ejemplo) hasta ahora dominado por Washington. Pero también ha puesto el dedo en la llaga al reconocer a países como Irán, sancionado por Occidente en casi todos los frentes, y Arabia Saudita, un aliado de EE.UU. cuando lo considera conveniente. Y, sobre todo, ha colocado sobre el tapete una discusión casi sacrílega: la desdolarización de la economía global.