"Ahí están los chicos y chicas jovencitos, miembros del Ejército, parados horas al sol deteniendo autos y peatones, ahí está la policía desde la madrugada hasta la medianoche patrullando". (Foto: Anthony Niño de Guzman/GEC)
"Ahí están los chicos y chicas jovencitos, miembros del Ejército, parados horas al sol deteniendo autos y peatones, ahí está la policía desde la madrugada hasta la medianoche patrullando". (Foto: Anthony Niño de Guzman/GEC)
Patricia del Río

Esto va en serio. Ni bien el COVID-19 salió de China mostró lo que es capaz de hacer en países donde no es tan fácil mantener a la gente a raya. Los chinos no cuestionaron las medidas y ya se están librando del virus. El resto del mundo más democrático y más libre paga caro el no haberse alarmado lo suficiente.

Ya es inútil seguir contando los casos de contagio en España e Italia. Les siguen Francia y Alemania con pavor. Lo del Reino Unido es insólito, pareciera que están esperando que la pandemia los borre del mapa. Pero por más grave que sea el asunto en el Viejo Continente, estamos ante países con excelentes sistemas de salud. La novedad en América Latina es que a la desobediencia de los europeos le tenemos que sumar la precariedad de nuestra red de hospitales y centros médicos. Si ya funcionaba mal sin una pandemia, no es difícil imaginar qué pasará cuando empiecen a llegar por miles los enfermos a las salas de emergencias.

No hay nada que nos proteja, no hay vacuna (y la que se está probando en China no estará lista antes de un año), no hay tratamiento, no hay rezo que funcione. Estar en casa, aislarse, es la única solución. Por supuesto que no es lo mismo quedarte en una mansión con jardín y piscina, a hacerlo en un cuarto con cuatro familiares. No es lo mismo estar en cuarentena cuando vas a seguir recibiendo tu sueldo, a quedarte inmovilizado sin ganar un centavo. Y tampoco es lo mismo estar con tus chicos jugando monopolio, mientras hay madres desesperadas sin saber cómo calmar a su niño autista al que no le gusta estar encerrado.

La desigualdad, esa lacra que nos define más que cualquier otra cosa, se está haciendo evidente en momentos tan extraños como este, y es en estas situaciones extremas en que una misma palabra “cuarentena” significa “incomodidad” para unos, y “terror” para otros.

Pero a pesar de las incomodidades y estrecheces, a pesar de la incertidumbre, el aislamiento es para todos los que lo acatan la posibilidad de seguir viviendo. Es el antídoto que los separa de la muerte. Es la posibilidad de dejar fuera de tu vida un virus nuevo, aterrador. Es un privilegio que otros no tienen.

Porque mientras muchos están en casa quejándose del calor, de la claustrofobia, del aburrimiento, ahí están los doctores y las enfermeras con la cara hinchada por haber estado con una mascarilla sofocante más de seis horas. Ahí están los chicos y chicas jovencitos, miembros del Ejército, parados horas al sol deteniendo autos y peatones, ahí está la policía desde la madrugada hasta la medianoche patrullando. Ahí están miles de trabajadores, de servicios esenciales, haciendo lo posible para que estés a salvo y seguro, a costa de su propia seguridad.

Así que si te molesta la cuarentena, piensa primero que hay miles de peruanos fuera de casa que darían lo que sea por estar en tu lugar. Piensa que no todos tienen el privilegio de estar a salvo. Piensa...

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