Ahora sí, déjense de vainas y de vacancias. La prioridad es prevenir una segunda ola –como la que remoja a buena parte de Europa– mientras intensificamos la reactivación económica. España es nuestro peor ejemplo –y así se la devolvemos al líder del Partido Popular, Pablo Casado, que dijo ‘solo Perú está peor’–, pues enfrenta un rebrote que se empinó a más muertos por día que nosotros hoy y padece la mayor caída del PBI en la eurozona.
Sin embargo, la apertura de la cuarta fase de nuestra economía implicaría de todos modos un rebrote (o repunte, si queremos ser precisos ante los que definen rebrote como escalada desde un piso de muertes bastante bajo al que aún no llegamos). No lo callemos hipócritamente, como lo callamos cuando se reabrió buena parte de la economía en julio y vino el dramático repunte que nos llevó a cifras superiores a 200 muertos por día reportados por el Minsa (ahora estamos ingresando a los dos dígitos).
En estos momentos, abrir discotecas, gimnasios, casinos, teatros, cines, estadios, templos y otros espacios de congregación, sería altamente infeccioso. Piensen, por ejemplo, en los casinos, que podrían reducir significativamente su aforo, pero en cuya clientela se concentra la población vulnerable por edad.
De esto queremos oír hablar a Vizcarra, Martos y Mazzetti, y no que nos arrullen con las noticias preliminares e inciertas sobre la vacuna. Lo más probable es que vayamos a votar sin haber sido pinchados. Lo urgente es, entonces, que nos digan cómo diablos vamos a evitar una segunda ola.
Para ello, habría dos decisiones fundamentales: una, habría que postergar la apertura de la fase 4 con un programa de compensaciones (bonos, créditos, facilidades para convertir sus negocios, para hacer operaciones colaterales, para invertir en medidas de seguridad) a quienes ya llevan medio año parados.
La segunda decisión trascendente es una que sí se puede y se debe implementar pronto, cuando lleguemos a cifras más bajas de letalidad: el rastreo de contactos agresivo con monitoreo y apoyo de los confinados. Esto era casi impracticable durante los picos de la epidemia, donde ni sabías por dónde rastrear, pero es clave cuando estemos aparentemente de salida, para prevenir la segunda ola. La mayoría de países asiáticos se ha manejado mejor que Europa gracias a ese rastreo que apagaba rápidamente los rebrotes.
Todo esto, además, tendría un impacto político sobre nuestro futuro. Si vamos a votar sin haber padecido una segunda ola (que podría forzar hasta nuevas y exasperantes cuarentenas) y con la certeza de que la reactivación económica funciona, como me decía Juan de la Puente en una entrevista, se reduce el riesgo de votar por radicales antisistema.
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