Este es un ránking íntimo porque no es de las sorpresas que nos hicieron brincar en el 2018, sino de aquellas que dieron en la yema de mi ‘wishful thinking’, de mi “yo quiero que pase y por eso me la creo”; lo que confirma –¡peruanos amargados!– que no nos lleva el mal.
En primer lugar, déjenme celebrar a Lima, que se ganó un buen gestor, Jorge Muñoz, y una promisoria reforma, la de la Autoridad de Transporte Urbano de Lima y Callao (ATU) que el Congreso aprobó solito, sin pechada de Vizcarra, sin referéndum; purito consenso de nuestros representantes sobre bases técnicas, que para eso los elegimos.
El pronóstico me decía que Urresti perdería porque cifró su campaña en su absolución de un juicio por asesinato, y yo pensaba que a la mayoría de votantes le importaba un cuerno esa cuita personal; lo que querían era una credencial de gestión urbana amigable, y esa era, para cientos de miles de limeños, una visita a Miraflores.
Creí que este análisis preelectoral era puro ‘wish’, ¡pero era correcto! El elector hace cálculos, con los que uno puede coincidir o disentir, pero siempre tienen una lógica digna de desentrañar sin prejuicios.
Otra sorpresa a medias fue que las desgracias y victorias pírricas del fujimorismo generarían un ‘cambio de chip’, del obstruccionismo a la colaboración reformista. En efecto, la reflexión y la decisión se dieron superficialmente, pero el chip no se cambió. Daniel Salaverry lo tuvo muy claro, pero entre los otros cuadros del fujimorismo hay un empate entre la resistencia de los necios que reclaman vocería y la indiferencia de los que sí pudieran patear las cosas para adelante.
Vizcarra lo hizo mejor que PPK. Nunca dudé de ello, ni siquiera cuando, con Kuczynski recién electo, imaginé el escenario de un patatús presidencial. Grosso modo, se cumplió lo que creía de él y se confirmó cuando apareció el escándalo del Lava Juez y se montó en la ola de la indignación masiva. Pero lo hizo con una variante importante respecto a mi ‘wishful thinking’: en lugar de concertar con fineza, pechó con malicia. Este punto es un debate abierto con amigos y colegas: que no le quedaba otra, que no exploró otra vía, que sí la exploró pero rebotó, que es aún temprano para saber qué funciona y qué no, que en cualquier momento un giro cambia el eje de la discusión.
El 2019 asentará o descartará reformas, dará un giro sustancial al gobierno de Lima, generará un nuevo equilibrio de poderes, obligará a Vizcarra a responder con políticas públicas y no solo con iniciativas legislativas delegadas. Aún no me la creo, pero, con las sorpresas de este año, tengo razones para confiar, ¿no?