Es la piedra de toque del economista: más es mejor. Llega la Navidad y los niños solo miran el tamaño de las cajas colocadas debajo del árbol. “Yo quiero esa”, dice cada uno, el dedito señalando a la más grande. Lo mismo sucede con el economista. El niño pierde esa candidez a los cinco años, aprendiendo que lo grande no siempre es lo más deseado, y que si bien se pueden intercambiar los regalos, casi siempre se va a perder en la transacción. De allí el valor de mirar adentro de la caja, que podría decirse es el mensaje principal de Efraín Gonzales de Olarte en su libro “Una economía incompleta”, en la que explora la estructura del aparato productivo aprovechando las llamadas cuentas insumo-producto.
Hay, incluso, cajas de Pandora, como los millones de barriles de petróleo de Venezuela, una caja mayúscula aunque, como ahora se hace evidente, venía acompañada de los venenos de la corrupción, del autoritarismo y del embrutecimiento económico. Hoy ni siquiera se sabe cómo transformar esos barriles en pan o medicinas. Para muchos es injusto culpar al petróleo, y hay democracias, como Chile y Noruega, que no han sido envenenadas por tales riquezas. No obstante, alguna culpabilidad debe haber si consideramos que, de los 30 países más dependientes de sus recursos naturales, ninguno alcanza la categoría de “Democracia plena” en el Índice de Democracia de la revista “The Economist”, aunque tres se categorizan como “Democracias falladas” debido a las irregularidades de sus procesos electorales o prácticas de gobierno.
No se trata solamente de casos de extrema riqueza natural. Independientemente de lo que produce, todo país está obligado a lidiar con dos retos económicos: primero, producir más, y segundo, repartir de una manera que extrae el máximo bienestar de esa producción, tanto lo que va directo a manos de sus ciudadanos como lo que va a manos del Estado para generar bienes y servicios colectivos. El problema es que casi toda la ciencia económica está dirigida a lo primero, a lograr la máxima producción. En cuanto al reparto, el economista se lava las manos. El reparto, dice, no es tarea de la ciencia económica sino de las ciencias políticas y de gestión pública.
Lo que nos pretende ilustrar Gonzales de Olarte es que lo segundo no es independiente de lo primero. La misma lección parece deducirse del ‘impasse’ tanto económico como político que está viviendo el Primer Mundo, donde se frena el crecimiento y surge el populismo. Si bien se debaten las causas, emerge una conclusión principal, que se ha descuidado la interrelación entre la producción y la política. Es cómodo para el economista decir que ha cumplido su labor y que ahora le toca a los políticos y funcionarios hacer bien su trabajo. Pero esa separabilidad de funciones es ilusa.
La calidad de la ejecución política es afectada por la estructura productiva. Ya en 1999 un informe del Banco Mundial sobre el Perú afirmaba que “el patrón del crecimiento afecta la reducción de la pobreza”. La distribución regional, el balance de la producción entre productores grandes y pequeños, el grado de integración productivo entre sectores, y las diferencias en productividad afectan qué tan exigente es un esquema productivo de la calidad del manejo político.