A estas alturas, el horizonte de la recién constituida Mesa Directiva (MD) del Congreso se dibuja con incertidumbre, pues las líneas que marcarán su agenda aún no están claras. Sin embargo, basándonos en hechos suscitados el día de la elección, podemos vislumbrar al menos un objetivo claro: el de restablecer la reputación del Parlamento.
En su discurso de asunción, el nuevo presidente del Congreso, Alejandro Soto, fue enfático en resaltar la necesidad de trabajar por la “recuperación de la imagen del Parlamento peruano”. No sorprende que, en virtud de su pasado periodístico, tenga como objetivo principal mejorar la debilitada aprobación ciudadana del Parlamento. Cabe preguntarnos cómo Soto abordará tan delicada tarea, considerando la demanda ciudadana de un adelanto electoral, las críticas dirigidas a la nueva MD por la presencia de Waldemar Cerrón y los cuestionamientos (no menores) que alcanzan al propio Soto.
Dos caminos divergentes se presentan ante esta encrucijada. El primero conlleva una reforma intrínseca, un compromiso de adentro hacia afuera. Esto implicaría resolver con celeridad los expedientes acumulados en la Comisión de Ética, aplicando sanciones ejemplares a aquellos parlamentarios que hayan transgredido la ética pública, obliterando de una vez por todas la noción generalizada del blindaje. El segundo camino sugiere un rumbo más confrontacional. Las expresiones de Soto (“Defenderemos con firmeza la integridad del Parlamento ante ataques malintencionados, vengan de donde vengan”) evocan la posibilidad de optar por esta senda. No obstante, es esencial comprender que una defensa enérgica del Parlamento sin cambios sustanciales internamente difícilmente resultaría en una mejora de su reputación.
Además, debemos sopesar el riesgo de caer en el populismo legislativo, que podría generar una impresión momentánea de que el Parlamento trabaja fervientemente a favor del Perú, cuando en realidad las iniciativas de corte populista suelen carecer de sustento técnico, siendo en realidad nocivas para el país en el largo plazo. Es innegable que la actual MD enfrenta un desafío mayúsculo para consensuar una agenda legislativa. Los diferentes posicionamientos de los congresistas durante la juramentación, con Cerrón abogando por una nueva Constitución y Guerra García y Amuruz defendiendo la actual, revelan dificultades en la forja de acuerdos sólidos. Es posible que el pacto se haya circunscrito solo a la confirmación de la lista y a la obtención de los votos necesarios para conquistar la Mesa. Más allá de eso, resulta complejo avizorar una agenda de consenso.
Aun con tantas incógnitas, lo único que trasciende con claridad es el firme propósito del nuevo presidente de restaurar el prestigio y la relevancia institucional del Congreso ante los ojos de la población. Es una meta que deberá estar respaldada por acciones concretas y un liderazgo visionario que conduzca al Parlamento hacia un futuro digno de la confianza ciudadana. ¿Estarán a la altura?