Lo que tocaba el rey Midas se convertía en oro, pero murió de hambre porque nadie le explicó cómo realizar la operación inversa. ¿Cómo retransformar la manzana convertida en oro para poder comerla? El dilema parece fantasioso, pero el problema de Midas, la alquimia al revés, es una preocupación central de la economía y de la política, especialmente en países y regiones dotados de riqueza mineral.
Una forma de aproximarnos al problema sería estudiar casos de riqueza mineral. En el Perú destaca la región de Moquegua, donde se abrió la mina Cuajone hace medio siglo, y muy cerca la mina Toquepala en la región Tacna, ambas entre las más productivas del país. El nivel actual de la pobreza familiar en Moquegua es reducido, similar al de Lima. ¿Cómo se transformó el mineral en mejor vida para la población? La explicación va más allá de la minería porque la región ha sido una de las más urbanas del Perú desde antes de la mina, sobre todo por su puerto de Ilo. Además, a pesar de la fama de sus vinos y frutas, la agricultura aporta apenas 1% del PBI regional, lo que explica el poco impacto que han tenido tanto la mina como el puerto en la sierra de Moquegua, zona de escasa población, prolongada pobreza y poca perspectiva más allá de la agricultura.
En Cajamarca, la minería aporta un tercio de la producción total, y también es prioritario lograr una alquimia en reverso, convirtiendo mineral en un mejor nivel de vida, y en especial una mejor alimentación. Pero el reto de llegar a toda su población es mucho mayor que en Moquegua. Una gran mayoría de los cajamarquinos sigue viviendo en el campo, esparcidos en pequeñas islas humanas poco conectadas, con un analfabetismo dos o tres veces mayor que en Moquegua, y el desarrollo minero difícilmente tendrá un impacto grande sobre la pobreza sin la transformación de esa riqueza en fuentes de empleo e ingreso. Si bien podemos imaginar una Cajamarca urbanizada y con una importante expansión empresarial en servicios e industrias, es probable que la ruta a ese futuro deba nacer de una mejora sustancial de la productividad de medio millón de pequeños agricultores. La fuerte mejora en el ingreso medio familiar de la región –según el INEI 4,6% al año entre el 2014 y el 2017, con una elevación anual promedio de 6,8% en el jornal agrícola desde el 2006– sugiere que se viene produciendo un proceso de desarrollo impulsado por una diversidad de actividades. Ese proceso sin duda será aun mayor cuando se proceda a realizar varios nuevos proyectos mineros de envergadura.
Quizás es la región Apurímac la que presenta el caso más expectante de avance social basado en un gran desarrollo minero. El ingreso promedio de las familias aumentó en 4,7% al año durante la última década, mientras que el nivel de pobreza se redujo a la mitad. Pero lo más alentador de ese progreso es que se produjo mayormente antes del inicio de producción de la mina, e incluso antes de la mayor parte de la construcción. Apenas 1% de la fuerza laboral trabaja en minería, por lo que es fundamental que la producción minera refuerce el desarrollo de otras actividades paralelas.