La última encuesta de GfK reporta que uno de cada diez peruanos aprueba al presidente Humala. Este penoso demérito no es una excepción entre nuestros “estadistas”. Según Ipsos, desde el sexto mes de su tercer año de gestión hasta el segundo de su último año, Alejandro Toledo gobernó con un promedio de aprobación similar. (En comparación, Alan García –II– sale bien parado porque su aprobación mensual más baja fue 19%). La conflictividad social –durante la gestión de Perú Posible– fue más avasallante que la actual y el radicalismo tenía apellido propio: Humala (recordar el ‘andahuaylazo’). Hoy, la insatisfacción social no asoma con un líder radical, pero no ha desaparecido; a la vez, la inseguridad ciudadana está en la raíz de la desafección política. La exposición mediática de las viñetas de frivolidad de la primera dama es tan solo la cereza del pastel de una ruptura fundamental entre políticos y “representados”.
Perú Posible (PP) y el Partido Nacionalista Peruano (PNP) han sido partidos de gobierno poco útiles. Improvisados como maquinarias electorales en campaña, el paso por el poder los debilita, los diezma. Sus cuadros se gradúan de escuderos de sus jefes, aunque no dejan de ser aprendices perpetuos de funcionarios públicos. Bajo esta carencia, a los inquilinos palaciegos no les queda más remedio que el manido “jale” del tecnócrata independiente, aunque su calidad se ha resentido. Compare usted: de Silva Ruete a Alonso Segura, de Bobby Dañino a Juan Jiménez; ni hablar de las cabezas del Congreso: de Carlos Ferrero a Fredy Otárola. Por otro lado, el personalismo del poder alcanza a la primera dama, quien pasa de compartir la gloria de una victoria a la pena del desprestigio. ¿Acaso Eliane y Nadine no trucaron su carisma preelectoral por el desgaste consecuente a su sobreexposición al lado de sus parejas?
Aun así, PP y el PNP son casos “exitosos” de partidos posnoventa (¡imagínese el resto!). Constituyen el “modelo” de lo mejorcito que puede producir un partido sin ideario programático que trascienda el personalismo de sus líderes. Son “andamiajes” para llegar al poder que aprovechan la racionalidad del “mal menor” del electorado, pero luego les cuesta retomar competitividad electoral propia. Hasta cierto punto se planifican como descartables, porque no acumulan experiencia de gobierno ni saben enraizarse a partir de su paso por el Estado. Los tecnócratas que emplearon retornan a la actividad privada con la recompensa del caso. El partido –convertido en portátil– asume la responsabilidad política de los errores de los programas implementados. La impecabilidad técnica de las políticas sociales es inversamente proporcional a los réditos políticos. El gobernante no deja huella, mientras el tecnócrata publica su ‘paper’.
¿Cómo llevar adelante proyectos políticos como los de PP y el PNP luego de haber sufrido la miseria de popularidad del 10%? Es difícil reinventarse como presidenciable luego de gestiones sin brillo. A PP no le quedó ninguna idea fuerza que defender luego del 2006. El PNP sobrevive gracias al antifujimorismo y antiaprismo que practica, pero no lo monopoliza. Su ventaja relativa es jugar en la cancha del antisistema con Urresti con miras al 2016 y con Heredia para más adelante. Pero sin propuestas programáticas son un oxímoron: proyectos exitosos descartables.