Movilizaciones sin partidos, por Carlos Meléndez
Movilizaciones sin partidos, por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

Ya no sorprende encontrar en América Latina países con partidos políticos débiles o simplemente sistemas sin partidos. Más allá de los sospechosos comunes de siempre (los países andinos), en América Central también ubicamos casos emblemáticos de ausencia partidaria (Guatemala) y rupturas de bipartidismos tradicionales (Honduras y Costa Rica). El mal de la desafección política parece corroer a todos los integrantes de los respectivos establishments. En las democracias sin partidos, la crisis no discrimina a quienes están en el poder (Partido Nacionalista Peruano - PNP, Alianza País en Ecuador, Partido Patriota en Guatemala) o en la oposición. En las democracias con un partido (Bolivia y Venezuela), solo quienes acceden a los recursos estatales logran cierta estabilidad organizativa en medio del páramo apartidario de sus respectivas oposiciones.

En general, el déficit partidario tiene un correlato a nivel social. Donde hay partidos débiles es muy probable que las organizaciones sociales intermedias (sindicatos, gremios) también lo sean (excepto en Bolivia). Sin partidos ni mediadores resulta complicado resolver problemas de acción colectiva: movilizar a los ciudadanos por causas políticas o sociales que lleguen a jaquear el statu quo. De hecho, los partidos oficialistas en estos contextos se confían de los equilibrios de baja intensidad: no tienen capacidad de movilización, pero sus opositores tampoco. Perú es un caso emblemático al respecto: es impensable que el PNP saque a las calles a nacionalistas a su favor. Tampoco es posible imaginar al Apra y al fujimorismo agitando las masas, pese al respaldo electoral a Keiko Fujimori. Las protestas en el Perú son tanto o más fragmentadas que sus partidos (véase las marchas antimineras). Pero cuando llegan a superar un umbral bajo de articulación (como las marchas en contra de la ‘ley pulpín’), bastan unos cuantos ‘flashmobs’ para ajustar cambios ministeriales.

Entonces, ¿pueden dormir tranquilos aquellos gobernantes de democracias sin partidos porque sus opositores carecen de capacidad de movilización que los rete? En los últimos meses hemos sido testigos de olas de movilizaciones sociales contra los gobiernos de Rafael Correa (Ecuador) y Otto Pérez Molina (Guatemala) que han remecido los cimientos del poder. Como se sabe, en Guatemala el nivel de protesta condujo a la destitución (y encarcelamiento) del otrora presidente. ¿Qué ha pasado en estos países sin partidos donde se han activado sus sociedades civiles de manera inesperada?

Tanto en Ecuador como en Guatemala, las clases medias lograron salir de su cómodo aburguesamiento participativo (léase la “queja” en Facebook). Fueron empujadas por el hartazgo con medidas económicas arbitrarias (el impuesto a la herencia y a la plusvalía) y la corrupción de cuello blanco, respectivamente. Aunque en Ecuador la visita del Papa frenó la viada de protestas contra Correa, es evidente la formación de una masa crítica significativa que requiere liderazgo político. Quienes están en la oposición política no conectan aún con el ánimo popular porque arrastran el drama del déficit partidario. En Guatemala, la Comisión Internacional contra la Impunidad (fiscalía especial amparada por la ONU) legitimó institucionalmente la revelación de corrupción en la élite política y permitió el alineamiento de los votos del Congreso con la calle indignada. Pero lejos del inicio de una “primavera”, el caso guatemalteco parece una excepción.