(Foto: AP)
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Carlos Meléndez

Hace más de tres años , específicamente a los equipos de fútbol. Siguiendo el modelo estadístico propuesto por Simon Kuper y Stefan Szymanski (Soccernomics), tener más experiencia internacional, más población y mayor PBI per cápita que el rival aumentan la probabilidad de éxito en el fútbol. Las variables descritas no se han alterado significativamente en las últimas dos décadas; sin embargo, la clasificación a Rusia 2018 se encuentra cercana. ¿Por qué podríamos ir al Mundial?

Objetivamente, la selección hizo una campaña mediocre: 26 puntos de 54 posibles (48,1%), éxito inferior a la campaña clasificatoria a Francia 98. En aquel proceso acumulamos 25 puntos de 48 posibles (52,1%), pero no clasificamos por diferencia de goles. Es más, si en la campaña actual restáramos los puntos obtenidos por la decisión del TAS, nuestro récord sería solo de 23 puntos, lo cual hubiese anulado cualquier ilusión. No se entusiasme, estimado hincha de la Blanquirroja. No tenemos un equipo superior al promedio sudamericano, sino uno modesto. La diferencia –como señala Jaime Cordero– es quizás la conciencia de nuestras debilidades.

Si las variables estructurales no cambian, la voluntad de los actores (“la agencia”) juega un rol clave aunque de alcance limitado para alterar el ‘output’ final. No es casual el gesto reiterativo de Ricardo Gareca a sus dirigidos, pidiéndoles mayor concentración. El objetivo se ha conseguido parcialmente. El problema endémico del jugador peruano tiene que ver con su debilidad anímica, que se traduce en el tradicional “casi”, en esos goles que nos hacen al último minuto. Esa incapacidad para lidiar con la presión social –que se vio reflejada en el último partido contra Colombia– proviene de un problema de formación, donde los entornos de socialización primaria juegan un papel central. Parafraseando a Cordero, ¿por qué la selección es Aldo Corzo y no Paolo Guerrero? Porque el delantero tuvo una educación básica privilegiada, distinta a la mayoría de sus compañeros (y peruanos). (No es fortuito que Jefferson Farfán sea otra notable excepción).

La comulgación de crecimiento económico y democracia es una combinación contextual favorable que no deberíamos desaprovechar. Pero si estas condicionantes estructurales no se traducen en redistribución efectiva y fortalecimiento institucional, seguiremos esperando casualidades históricas como la que nos ha llevado al repechaje contra Nueva Zelanda. Las deficitarias políticas educativas y deportivas desaprovechan el talento humano; la informalidad permea la práctica “profesional” del deporte (como por ejemplo, en nuestro torneo local de fútbol). Asimismo, y sin menospreciar el mérito de nuestros jugadores, la contingencia ha jugado mucho a nuestro favor: factores extradeportivos (la decisión del TAS), la irregularidad de otros equipos (Chile y Paraguay, principalmente) y la diosa fortuna (el gol que se falla el boliviano Justiniano en el Monumental, la mano de Ospina).

¿Un equipo sin estrellas, con jugadores inexpertos en ligas competitivas, puede ir al Mundial? Claro que sí, pero las condiciones para un éxito sostenible no existen, salvo que esta coyuntura crítica permita que la voluntad política de las autoridades y dirigentes valoren el clamor popular que despierta nuestro balompié.