Nadie sabe para quién trabaja, por Marco Sifuentes
Nadie sabe para quién trabaja, por Marco Sifuentes
Marco Sifuentes

Hoy, la juramentación de Donald Trump como presidente de Estados Unidos marcará la consagración oficial de una ola de populismo conservador que se ha venido germinando en todo el mundo. En cada región, por supuesto, esta ola tiene sus propias características. Los movimientos en Europa están marcados por la inmigración. En Estados Unidos, también, pero, además, le agregan ataques directos a los derechos conseguidos por la mujer y la población LGTB. No en vano su vicepresidente Mike Pence es un defensor radical de las posiciones más extremas de los cultos evangélicos conservadores de Estados Unidos.

En América Latina, las iglesias evangélicas –y sus reivindicaciones– son la piedra angular de nuestra participación en esta ola conservadora. En Colombia fueron clave para la derrota del proceso de paz en el referéndum. En Brasil, en el que nada menos que la cuarta parte de la población es pentecostal, incluso existe la famosa 'bancada evangélica' en el Congreso (92 diputados), que votó masivamente por la destitución de Dilma Rousseff. Según un informe de AFP, el 19% de América Latina se declara protestante.

En el Perú, los evangélicos que vienen organizando #ConMisHijosNoTeMetas pertenecen a diversos movimientos e iglesias agrupados bajo el ascéptico nombre de Coordinadora Nacional Pro Familia (Conapfam). A esta se acaba de unir, en la campaña, quizás la institución más grande del protestantismo peruano: las Asambleas de Dios del Perú. Esto último ha sido tomado como un verdadero triunfo político de los líderes asociados a la Conapfam, que pueden ser ilustres desconocidos para el gran público peruano, pero que gracias a sus representantes políticos están consiguiendo marcar la agenda del debate nacional.

Por supuesto, el fundamentalismo evangélico viene tentando el poder desde que se alió con Fujimori en 1990. Pero desde entonces varias cosas han cambiado, para ventaja de ellos. Y, según un estudio del Pew Research Center del 2015, actualmente dos de cada tres peruanos que se declaran protestantes fueron criados, originalmente, como católicos. Es decir, el ratio de abandono del catolicismo hacia los movimientos evangélicos es violentamente elevado.

A pesar de todo esto, varios católicos conservadores –despistados o desesperados– se han convertido en furgón de cola de esta movida sin darse cuenta de que, en realidad, están jugando para la competencia.

El populismo conservador –como ya se está viendo en el resto de América Latina– se lleva mucho mejor con las formas desmesuradas y, a veces, pintorescas de este sector de evangélicos. La rigidez más institucional del catolicismo no es terreno fértil para este tipo de votantes. Cuando el fujimorismo –nuestro populismo conservador– busque cosechar votos en el 2021 (o antes) hará lo que ya intentó el año pasado: venderse como la candidatura de los 5 millones de evangélicos. Y si ganan, podría ocurrir algo insólito: que los católicos tengan que compartir la oficialidad del poder. Parafraseando el salmo: lo que sembraron con regocijo, con lágrimas segarán.