Por si se les pasó la fecha exacta, fue el jueves santo 2 de abril que comenzó la quinta y última temporada del ‘reality’ político conyugal. La hora exacta de inicio fue el momento en que la pareja entró de la mano a la juramentación del Gabinete Cateriano. Nuestra Lady Macbeth de manita sudada dio unos pasos con la frente en alto hasta que se apartó de su esposo, pues el protocolo no le permitía quedarse junto al estrado. Pero su sonrisa nos dio a entender –¿quién dice que el gobierno no sabe comunicar?– que los pocos cambios ministeriales eran tan de él como de ella.
Cateriano fue un salto hacia adelante, una audacia de último tramo, un desafío a la oposición que no gastará fuego en responderle porque debe guardar energías para la campaña electoral. En realidad –hago autocrítica de opinólogo–, no vimos el pragmatismo realista de esta última fase cuando nos sorprendimos con la designación de Cateriano. Es que la gobernabilidad del humalismo ya no contaba con el Congreso; lo tenía perdido antes y después de la censura de Ana Jara. Entonces, la pareja se dijo a sí misma: que venga un operador de confianza, no queda otra(o). Si quieren diálogo, que él lo conduzca. Para Cateriano, las fotos con los opositores sí tienen sentido porque la PCM es el summum de su carrera; para la pareja, es secundario porque han entrado en fase de piloto cuasi automático, de borrado de lo riesgoso y sembrado de lo postrero.
Ejemplo: Gustavo Adrianzén, ex procurador de Defensa y hoy en la cartera de Justicia, sería un halcón sembrado para borrar la caviarización del Minjus. ¿Su designación acaso no podría garantizar a los Humala que la Procuraduría Anticorrupción no les dé la lata? Otro ejemplo: ¿la flamante embajadora Ana Sánchez en Torre Tagle, en reemplazo de un inconforme Gonzalo Gutiérrez, no apunta a que la relación con Chile pueda ser un tema a disposición de las urgencias del nacionalismo?
Ollanta y Nadine ahora tienen que gobernar hasta donde las facultades ejecutivas se lo permitan. Y eso es bastante, si establecen, con el ecualizado Cateriano, los lobbies rápidos y precisos para el respaldo legislativo en temas consensuales.
Nadine y Ollanta, en ese orden de riesgo, tienen un año para limpiar la casa y dejar obra enumerable: programas sociales con cifras halagüeñas de peruanos incluidos, desaceleración desacelerada si no revertida, regiones transferidas, golpes a las mafias ajenas a su entorno (hay de las cercanas, pero esa es otra angustia), kilómetros de carreteras asfaltadas, algo de cemento que se mida con el gran teatro de Alan y los ‘by-pass’ de Castañeda.
Tienen un año para pensar en el resto de su vida, para construir el partido que han destruido –como a su bancada– mientras gobernaban sin plan y sin horizonte lejano. Tienen un año para conversar con sus tecnócratas independientes (Minedu, MTC, Mincetur, Produce, Mininter, Ceplan, no sé qué tanto el MEF), quienes sí tienen una visión de Estado más allá del gobierno.
Nadine tiene una temporada entera para entrenarse en el parlamentarismo que desconoce, pues no está acostumbrada a debatir, si no a hablar, y que le hagan caso. Necesita el Congreso para defenderse y para demostrar que el nacionalismo no fue un cuento inventado con la ambición de llegar una sola, a tontas y a locas, al poder.