Gisella López Lenci

No es antojadizo decir que es el líder político más popular del mundo. El de la no será muy conocido por estos lares, pero es casi venerado por el 78% de sus compatriotas. Un dato no menor si hablamos del país más poblado del planeta (con 1.428 millones de habitantes, le acaba de arrebatar a China el primer lugar que ostentó desde mediados del siglo XX).

Así que no es poca cosa que Modi tenga el apoyo de más de mil millones de personas en uno de los países con mayor proyección económica: ya es la quinta economía del mundo, es una potencia en innovación tecnológica y en el 2022 tuvo un crecimiento del PBI de 6,8%.

El líder nacionalista hindú llegó al poder en el 2014, de la mano de su partido, el BJP (Bharatiya Janata Party o Partido Popular Indio), tras ganar abrumadoramente las elecciones, luego de décadas de control político del Partido del Congreso, la histórica formación de la familia Gandhi. Desde entonces, continúa en el cargo y se ha asentado en él de tal manera que pocos dudan de que vaya a ceder el poder.

Como contaba en estas mismas páginas el analista Andrés Oppenheimer tras una reciente visita a la India, el culto a la personalidad de Modi está en cada esquina. Gigantografías de él resaltando sus logros de gobierno se han vuelto una escenografía habitual de la populosa Nueva Delhi.

Sin embargo, una de las principales críticas que se le hace desde la prensa occidental es su deriva autoritaria, la persecución de sus opositores y el control sistemático que ha logrado en estos años del Poder Judicial y los medios de comunicación, instancias que hasta hace unos años se preciaban de su independencia.

Desde que llegó al poder, el primer ministro ha sabido capitalizar el orgullo indio sobre su cultura y su religión con el afán de “descolonizarla” del Reino Unido, del que se independizó hace apenas 75 años.

Pero este lado de su ultranacionalismo no es el que más preocupa, sino la islamofobia que ha venido propugnando casi como un asunto de Estado y que, además, ha calado en una población que aún no sana sus heridas tras la división con Pakistán. La persecución hacia la minoría musulmana –que no son un puñado, sino 200 millones de personas– se ha vuelto más incesante de la mano de nuevas leyes que les siguen quitando derechos.

Así, Modi –que se codea con todos los líderes del mundo– sigue gobernando un país cada vez más poblado, más rico, pero que sigue siendo desigual, corrupto y dominado por las castas, y donde la religión puede hacer la diferencia entre el cielo y el infierno.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Gisella López Lenci es periodista