No fue ninguna sorpresa. Nayib Bukele presentó su candidatura a las elecciones primarias de su partido, Nuevas Ideas, que determinarán al próximo candidato presidencial para los comicios del 2024 en El Salvador. ¿Queda alguna duda de que él ganará esas primarias y también las elecciones del próximo año?
Él ya lo había anunciado en setiembre pasado, en medio de los vítores de su familia y funcionarios del gobierno.
En todas las encuestas, Bukele no baja del 80% de popularidad, una cifra imposible para cualquier presidente. No es para menos. El combate contra las pandillas ha cambiado la vida de los salvadoreños. En muchas de las colonias –o barrios– que antes estaban tomadas por las maras, ahora se respira un aire de normalidad y añorada tranquilidad. Ya no se pagan cupos, las extorsiones quedaron en el pasado y los ciudadanos pueden salir a caminar sin el riesgo de que un balazo los sorprenda.
Todo esto gracias a un estado de excepción que sigue vigente y que les permitió a la policía y al ejército detener a miles de pandilleros, o sospechosos de serlo, y recluirlos sin ningún proceso judicial de por medio. Los delincuentes no lo merecían, decía el presidente. Y los salvadoreños que han padecido la violencia de las maras durante décadas solo han respondido con aplausos.
A la distancia, los latinoamericanos hemos visto cómo un problema estructural y de fondo se ha solucionado en tiempo récord. Hasta no hace mucho, El Salvador era uno de los países más violentos del mundo, y negar la evidencia es tapar el sol con un dedo.
Sin embargo, la otra cara de la medalla es más compleja. Dicen que justos pagan por pecadores, pero en el camino han sido detenidas miles de personas que no tenían nada que ver con las maras y que, además, han muerto estando en prisión. Las denuncias desbordan, pero caen en saco roto, porque nadie va a investigar si a los policías se les exigía un número de detenidos, no importa si eran delincuentes o no. Tampoco se va a investigar quiénes, en realidad, controlan las cárceles, ni tampoco los detalles de los beneficios que han recibido los pandilleros de alto vuelo en las negociaciones con el gobierno a cambio de mantener una aparente estabilidad.
Y nadie lo hará porque Bukele está siguiendo el manual del perfecto autócrata latinoamericano. Controla todos los poderes del Estado y se está presentando a la reelección pese a que la Constitución de su país lo prohíbe expresamente en varios de sus artículos. Y se va a reelegir con una votación apabullante que afianzará su legitimidad, y que le servirá para anular aún más a sus opositores. Y esto es así porque sabe que en su país tiene ganada, por ahora, la discusión entre democracia y seguridad.