Gringasho, Hormiguita y un número cada vez más alto de jóvenes son atraídos, reclutados, obligados o seducidos para convertirse en mano de obra barata para el crimen organizado en el norte del país y, ahora de modo más visible, en Lima.
Hace unos días, dos jóvenes de solo 13 años y uno de 15 señalaron que les habían ofrecido cinco mil soles por eliminar a Maribel Gutiérrez, presidenta de la Asociación de Propietarios del Centro Comercial Polvos Azules.
Algunas preguntas me inquietan sobremanera por la aparición cada vez más protagónica de estos jóvenes asesinos por dinero. La primera es qué puede estar pasando en nuestra sociedad –que no estamos viendo tan claramente– para que se vuelva cada vez más atractivo este tipo de vida para los jovencitos que aceptan –pistola en mano– acabar con la vida de cualquiera por encargo. Es cierto que no estamos al nivel de países como Colombia o México, que dan cátedra desde hace mucho tiempo en las prácticas del sicariato ligado al narcotráfico, pero algo está pasando. ¿Pueden imaginar que en Trujillo se ha constituido un grupo llamado ‘La Jauría, La Esperanza Trujillo’, cuyo mensaje en su página web (sí, abiertamente en una página web) es: “Reclutamos gente que esté dispuesta a todo lo que le manden”, lo que implica asesinar a personas en diversas ciudades a cambio de dinero.
Convertirse en un asesino a sueldo puede ser atractivo para jóvenes que viven en la marginalidad delincuencial o que están acostumbrados a la violencia. En suma, excluidos de los beneficios del Estado como la educación y el trabajo.
Podemos pensar también en la cultura del exceso que prometen los medios de comunicación y la frustración de estos muchachos que saben que difícilmente tendrán un trabajo honesto que los llevará al tipo de consumo que ansían los jóvenes: se saben excluidos. Razón por la cual sus víctimas son consideradas “cosas u objetos” con los que no entablan ningún vínculo. Son solo medios para conseguir dinero. Evidentemente no son los autores intelectuales de los asesinatos, sino la mano de obra que jala el gatillo. Pero también –creo yo– son producto de sociedades que no están mirando con suficiente cuidado quiénes los están contratando y para qué.
El sicariato se asocia con todo tipo de economías ilegales. Extorsiones como las que suceden en el norte del país con el transporte urbano, el narcotráfico e, incluso, la maraña de esas estructuras de poder violentas e ilegales, con crímenes pasionales.
Finalmente, estos jóvenes parecen vivir –por el lugar en que la vida los ha ido colocando– de forma vertiginosa, en una cultura del exceso (como el consumo de drogas o el sexo) para quienes la idea de una vida breve es más realista que una larga y con final feliz.
Se está discutiendo si tratar a estos jóvenes sicarios con leyes más duras, como si fueran adultos. Personalmente, creo que ello no disminuirá el número de crímenes ni páginas web reclutando bandas de sicarios. Pienso que hay que trabajar por educar y darles un futuro a estos jóvenes marginales.