La oh diosa, por Patricia del Río
La oh diosa, por Patricia del Río
Patricia del Río

Hablemos de . Sí, ya sé que es hora de desnadinizar la agenda política, porque entre sus libretas, sus cuentas bancarias, sus tarjetamigas, etc. se nos está yendo la vida, el tiempo y la paciencia. Pero es cierto también que su irrupción en nuestro siempre pintoresco escenario político es un fenómeno nuevo, de consecuencias impredecibles, digno de analizar. 

apareció en la vida política de la mano de su esposo allá por el 2006. En ese entonces, Humala era el candidato de un movimiento radical que daba un poco de miedo y que no alcanzó la presidencia. Para el 2011, el nacionalismo se había moderado, y la chica de dientes de conejo abandonaba el perfil bajo que la había caracterizado para pararse al lado de su marido en todos los carteles de campaña. Así, entre los paneles de un Toledo demasiado fotoshopeado, de un PPK abrazado de cuyes, de un Castañeda con cara de malo, y de una Keiko embracetada de su padre, los Humala Heredia lucían jóvenes, radiantes, felices con su sonrisa Kolynos. 

Estaba claro que para el 2011 el factor Nadine le sumaba puntos al comandante de ceño fruncido y ofrecía cierta garantía de apertura al diálogo. Una vez en el poder, la doña siguió brillando: se metió a la al bolsillo, se presentó como la que controlaba los sueños nacionalistas de su marido, se volvió la mejor amiga del y se nos hizo habitual verla siempre presente en cualquier reunión en la que estuviera el presidente. 

¿Cuándo se jodió entonces el asunto? Contra lo que muchos creen, no han sido las pretensiones electorales de Nadine Heredia las que han marcado su debacle. Mucho menos su inicial popularidad. Lo que aparentemente empezó a volverse insoportable en la primera dama fueron su arrogancia, su sentirse intocable, su permanente intromisión en asuntos de gobierno siempre camuflados por su comodísima posición de esposa del presidente. Desde el rol de consorte, Nadine ha tomado decisiones sin asumir las consecuencias. Ha puesto el aparato estatal al servicio de sus viajes y sus acciones, ha ejercido notoriamente el poder pero no ha querido rendir nunca cuentas sobre estos actos. Ha sido presidenta del partido nacionalista, esposa del presidente Ollanta Humala y presidenta de la República de acuerdo con su ánimo, su conveniencia o sus intereses. Su protagonismo ha sido tal, que cuando sus enemigos han querido descubrir presuntos actos de corrupción de este gobierno, se han robado los papeles y apuntes de ella, no los del presidente.

Por hacer un paralelo, es cierto que Eliane Karp era una odiosa, que gritoneaba a todo el mundo y que se metía donde nadie la llamaba. Pero a diferencia de Nadine todo su protagonismo iba dirigido a defender a su cholo sano y sagrado. Nadine, en cambio, puso el Estado a su servicio. Puso a la bancada nacionalista a sus pies. Se comportó como una diosa a la que debían defender ministros, procuradores y el presidente de la República: ¿se han dado cuenta de la cantidad de veces que Ollanta Humala ha mencionado a Nadine  durante estos casi cinco años? Cientos. A veces para defenderla, a veces para llevar sus saludos, a veces para llenarla de elogios. ¿Y Nadine qué? ¿Acaso ella habla de su marido, se pelea por él, lo defiende? No pues. No hay que interrumpirla, ella está demasiado ocupada mandando, gobernando, opacando.