Si usted es de izquierda, tiene una deuda pendiente con la historia del país: haber transitado de la “lucha armada” al acatamiento de la democracia sin ofrecer una justificación ideológica o un “mea culpa” colectivo. (Hasta ‘Timochenko’ pidió perdón). La incorporación de ex guerrilleros a la arena política en países latinoamericanos ha sido fruto de complejos procesos en los que, además, las izquierdas más moderadas se han responsabilizado de sus militantes extremistas.
En cambio, la izquierda peruana que se plegó al ‘establishment’ siempre se ha mantenido en la indefinición. Esta indeterminación es el principal obstáculo para su modernización y su éxito electoral.
Uno de los principales problemas de la izquierda peruana es –no por casualidad– su preferencia por cierto tipo de régimen político. Sus versiones extrasistémicas (Sendero Luminoso y el MRTA) se alzaron en armas contra una democracia, a diferencia de otros países donde las guerrillas enfrentaron dictaduras (Brasil) y gobiernos autoritarios represivos (Uruguay). Además, la izquierda del ‘establishment’ peruano mantuvo el discurso de la vía armada hasta el segundo gobierno elegido democráticamente de manera sucesiva, en plena ola democratizadora en América Latina. Fueron incapaces de interpretar el momento histórico que vivían. Cuando sus “compañeros” marxistas fueron vencidos, no negociaron su incorporación a la vida política – ni siquiera aprovecharon la caída del fujimorismo para levantar el tema– ni tampoco pidieron perdón. Se hicieron los suecos.
Hoy que culminan las sentencias de algunos terroristas, la izquierda limeña tartamudea sus culpas. No tiene idea de qué hacer con sus “parientes pobres”, si ponerlos bajo la alfombra o darles tribuna. La misma izquierdista que silencia a Alfredo Crespo (asociado a Sendero) saluda un artículo de Gálvez Olaechea (MRTA). ¿No es lo mismo maoísta de origen provinciano que guevarista “decente” (sic)? Esta vaguedad delata sus complejos de clase y explica la fragmentación, la exacerbación de los ideologismos y la inalcanzable unidad.
Quienes criticamos a la izquierda peruana congratulamos que discutan políticamente si los socialismos han fracasado o no como administradores de la economía, si los mecanismos participativos son “superiores” como instrumento de toma de decisiones, si el “neoextractivismo” es compatible con la inversión minera, etc. Cuestionamos, empero, su falta de argumentos sobre el legado de sus maestros –gurús vigentes–, otrora propulsores de la violencia que atentó contra la democracia y los derechos humanos. El doble rasero de la izquierda peruana omite que comparte con el fujimorismo linajes antidemocráticos. No tenemos problemas con su ojo zurdo, sino con su ojo ciego.
La izquierda del ‘establishment’ no ha producido una narrativa política resignificadora de su pasado violentista –más allá de pronunciamientos individuales– que la articule a su actual respeto por la democracia. Esta tibieza es el punto de ataque de estrategias macartistas de la derecha conservadora, que estigmatizan como “proterruco” a sus opositores ideológicos. Mientras la izquierda no reconozca su más grueso error histórico –justificar “la toma del poder por las armas” en plena ola democrática–, continuará legitimando el ‘leitmotiv’ del fujimorismo.