No los exculpo si les llamo chivos expiatorios. Los comparo con sus pares. Los ubico en un sistema político precario e informal en que las campañas electorales se suelen financiar con dinero no declarado. Por mí, que les caiga todo el peso de la ley si se demostrara que lavaron activos fruto del desvío de esos fondos oscuros hacia su patrimonio familiar. Pero si llegáramos a semejante extremo, que quede claro que son condenados por pecados propios y también por los ajenos.
¡No sean hipócritas, opositores! Ustedes también han pedido y recibido contribuciones bajo la mesa. Háganse tun tun en el pecho y abóquense a reformar la legislación electoral. Es deplorable que ya hayan decidido, en la Comisión de Constitución, mantener el voto preferencial y ampliar la cuota de invitados en las listas (claro, para invitar a ‘comeoros’ y ‘robacables’ que se matriculen con harta plata que financie, de paso, el trajín de sus correligionarios misios). Bueno, pues, no cierren la temporada sin hacer mínimos ajustes normativos que les laven la cara ante la historia.
La desgracia de los Humala Heredia es que tienen por lo menos tres diferencias sustantivas con sus competidores. La primera es particular: no tienen un solo mecenas que pueda decir, cual Josef Maiman respecto a los Toledo Karp: “Yo les di la plata, ¿y qué?”. Los comparsas en los escándalos de tesorería nacionalista –Martín Belaúnde Lossio, la empresa Apoyo Total, la amiga Rocío Calderón– no tienen tamaña solvencia. Al empresario venezolano Julio López Enríquez, sindicado por la propia Nadine como un rico aportante, no lo he oído proclamar con convicción cuánto dio y por qué.
La otra diferencia es estructural: el nacionalismo no es un partido como el Apra o el PPC, ni un movimiento de arraigo popular como el fujimorismo. Por eso, la línea entre los fondos de campaña y la manutención de la familia del líder es más fácil de traspasar. Mientras un contribuyente tan formal como el BCP (su CEO Walter Bayly dijo en El Comercio, sin dar detalles, que el banco aportó en una campaña) puede confiar en que su óbolo electoral sirva efectivamente a una Keiko, un Alan o un PPK, con el humalismo hay más dudas. Ollanta y Nadine, ni siquiera en el poder, han podido mantener una bancada intacta. Algunos de los disidentes se han quejado de no saber cuál era el manejo financiero en casa.
La tercera diferencia es suicida. Nadine y Ollanta, en lugar de llevar la fiesta en paz con la oposición, le buscaron pendencia. Como si la condición para sobrevivir el quinquenio fuese el exterminio del rival y no el mantenimiento de este precario orden político de campañas mercantilizadas y nuevos clientes informales. Y gobernaron como si el nacionalismo –y de paso toda la clase política– fuese a morir con ellos. Sin embargo, sus pares les están notificando que esa fatalidad no será cierta en toda su extensión. Que mueran solos.
La personalidad de Nadine Heredia es fundamental para entender la mala suerte que pueda correr junto a su proyecto. Mientras Humala ha tenido una formación militar en que la paz negociada es un valor fundamental, Nadine parece ser pura estrategia de agresivo ascenso político y social, sin libro ni ideología fácil de definir. Su agresividad desde el poder, donde lo recomendable era seguir una estrategia opuesta de búsqueda de consenso, me llamó tanto la atención que se lo comenté en la única ocasión en que conversé con ella. Me dio a entender que yo era un ingenuo. Quizá.