El ‘outsider’ ya está entre nosotros. Desde hace un buen tiempo este personaje ha ganado terreno en la política peruana. No requiere ser un tsunami de verano electoral o aparecer bajo el brazo de los creativos del márketing político. Sigilosamente, nuestro “invitado” ha ocupado alcaldías, gobernaciones regionales y hasta representaciones parlamentarias. No es el candidato que nos salvará del “mal menor” ni la esperanza que absolverá todos nuestros “antis”. Por el contrario, este ‘outsider’ tiene consecuencias perversas porque conlleva la influencia de actividades ilegales (narcotráfico, sicariato, minería informal, tala ilegal) a la representación política. Estamos ante el ‘outsider’ maldito.
Nuestra política –ya lo sabemos– es permeable a la incursión de “novatos” que despiertan un día con las ganas de ser presidente. Estos arrebatos de megalomanía son –hasta cierto punto– normales en cualquier país; pero no en cualquier país pueden desembocar en la culminación del delirio hecho realidad. Las consecuencias las tenemos al frente, desde Fujimori hasta Humala.
Este delirio de grandeza se repite en distintos niveles de la política nacional: desde la alcaldía más minúscula hasta el escaño más atractivo. La ambición viene de la mano de la tentación del “todo vale”. Así, quienes ostentan el poder real son –en muchas circunstancias– redes ilegales que crecen en el dominio de la economía a lo largo del país. Este matrimonio entre megalómanos y delincuentes en expansión es letal para nuestra enclenque democracia.
La política puede ser funcional a la consagración y protección de las mafias. Pero no solo eso: los poderes ilegales han producido cambios profundos en la sociedad.
También son contribuyentes al ensanchamiento de la clase media, al peldaño más cerca de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, al “boom inmobiliario”. Hay una sociedad que crece y festeja bajo el halo del “narco de a pie”, una suerte de neocaudillo local en los tiempos del crecimiento sin instituciones. Me preocupa el narcoestado; más me preocupa la narco-sociedad. Porque la clase media emergente producto del poder ilegal también genera sus propias élites. Así como Michelle Soifer presta sus servicios para mineros ilegales, ‘outsiders’ malditos fungen de operadores políticos de estos intereses. La economía lava capitales, la política lava (también) representación.
El ‘outsider’ maldito no es, entonces, solo un oportunista que toma ventaja de la expansión del narcotráfico y el sicariato ante la displicencia de nuestra legislación electoral. También es la representación política “lavada” de los sectores sociales más corroídos por el ‘self-made’ gánster. ¿Por quién votará entonces un “emergente” raquetero o un promotor de pymes de tala ilegal? ¿A quién apoyarán políticamente sus familias, sus socios, sus empleados, todos los beneficiarios de esta economía del mal vivir?
Es sencillo diagnosticar la falencia de los partidos por construirse como instituciones ajenas a estas amenazas. Pero no se pone el énfasis en las severas transformaciones de nuestra sociedad, tanto en sus niveles de informalidad y de ilegalidad. En este punto no hay receta de reforma política que funcione. Ello no significa que no se deba insistir en vacunar al sistema político de la incursión de los ‘outsiders’ malditos, quienes en estos momentos deben estar ya evaluando en qué próxima lista de candidatos participar.