Hoy que buscamos entrar a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el “club” de las economías desarrolladas, creemos que resulta fundamental preguntarnos qué tipo de desarrollo queremos. Veamos.
La medida más común de desarrollo es el PBI per cápita, es decir, cuánto del producto bruto del país le tocaría a cada peruano, si este se repartiera entre todos. Hoy tenemos un per cápita de 7 mil dólares por año, mientras un estadounidense tiene nueve veces ese monto. ¿Deberíamos aspirar a un per cápita como ellos? No necesariamente, pues el buen desarrollo no está ligado solo al PBI.
En primer término, porque un dólar en Lima alcanza más que uno en Nueva York, y mucho más si es en Villa El Salvador que en San Isidro. Debemos entonces compararnos por el costo de vida o “ppp” (poder de compra paritario), pero corregido además por grupos sociales y lugares, y no por dólares verdes iguales para todo el país. Y si bajamos los costos de acceso a bienes y servicios, como dar agua corriente en los hogares, haremos mucho más ricas a las familias que si generamos trabajo para que paguen por el agua cara de los camiones.
Un segundo aspecto es la distribución del PBI, pues los promedios ocultan que algunos ganamos como estadounidense rico y otros como peruano pobre. Un país bien desarrollado tiene mucha clase media, es decir, menor distancia relativa entre los ricos y los menos ricos. Ello aporta mayor paz social y genera un círculo virtuoso de crecimiento al tener más gente con capacidad de compra y, por ello, mayores economías de escala en la producción. Como en Alemania.
El tercer aspecto del buen desarrollo es que todos cubran sus necesidades básicas, es decir, que no haya pobreza. Y si existieran pobres, un país bien desarrollado no se contenta con ayudarlos a sobrellevarla, sino que genera las condiciones para que salgan de ella. Buena alimentación a los niños, educación pública de calidad y ayuda a los emprendimientos hacen que el desarrollo sea estructural, y la pobreza solo accidental. Como en Canadá.
El cuarto punto de un buen desarrollo es el respeto a la naturaleza. La minería, el turismo y la agricultura que respeten los bosques y los ríos no solo son un deber social sino una buena inversión, pues en el mediano plazo la naturaleza sana será el recurso más escaso del planeta, y su posesión será fuente de bienestar para quienes lo tengan. Como en Noruega.
Finalmente, en un país bien desarrollado la gente consume solo lo adecuado para maximizar su bienestar y el de su entorno. En él se sabe que más consumo no es más bienestar, allí se come bien pero se evita la obesidad por sobreconsumo de alimentos, y la gente se viste a la moda, pero no es esclava de ella. Como en algunos aspectos de los Países Bajos.
No es que planteemos parecernos a Canadá, Alemania o Noruega en todo, sino más bien creemos que estamos a tiempo para decidir si queremos ser un país OECD más, o si tomaremos lo bueno y evitaremos lo malo que el desarrollo ha traído a otros. Y entendemos también que cualquier ejercicio de planeamiento del país resultará inútil si no sabemos adónde queremos llegar. En otras palabras, estamos a tiempo para decidir si solo queremos desarrollo o si queremos ser un país de gente feliz.