Los calurosos Papá Noeles que vemos en esta época de Navidad en nuestras calles, empresas y centros comerciales deben hacernos recordar que lo que funciona afuera no siempre es adecuado para nuestra realidad. Veamos.
La celebración de la Navidad se hace en recuerdo del nacimiento de Jesús, aunque la fecha coincide con el cambio de las estaciones, un evento importante para todas las culturas del mundo, pero en contextos diferentes. Así, en el hemisferio norte, ella marca el pleno invierno, el día más corto y frío del año; mientras que en nuestro hemisferio, por el contrario, la época navideña coincide con el día más largo y el comienzo del verano.
Así, para los cristianos del norte, la Navidad llega con la nieve, por lo que Santa Claus (el San Nicolás europeo) debe abrigarse mucho para entregar regalos en su trineo jalado por nórdicos renos. El problema es que para celebrar la misma fiesta, en nuestros países sureños (lo veo hasta en mi casa y mi oficina) hoy usamos cada vez más sus mismos símbolos, aunque nuestro clima, con sol y mucho calor, sea opuesto al de allá y también diferente al que se dio en Belén, hace dos mil dieciocho años, en la fecha que conmemoramos.
No preocuparía que eso ocurra si fuera un hecho aislado y anecdótico de nuestra sociedad. El problema es que se trata de un dato más de la mala práctica que tenemos de copiar costumbres, modas o tecnologías de países distintos, sin darnos siquiera el trabajo de adaptarlas a nuestro ambiente.
¿Está mal que copiemos a otros? No, porque sobre todo en temas de tecnología es poco eficiente volver a inventar lo que alguien ya hizo, y más bien se necesita adaptarlo para que sirva mejor a nuestra realidad. Un ejemplo interesante es el de los camiones Volvo, que viniendo de Suecia (cerca del Polo Norte, de Santa Claus) adaptaron su caja de cambios a las grandes subidas y bajadas de la Cordillera de los Andes, y con ello dominaron el mercado de transporte pesado. Y si el italiano panetón es tan popular aquí, quizás ayude el que lo comamos con el chocolate oriundo de México, acompañando al también americano pavo, aderezado para llegar al paladar de cada país.
¿Debemos cambiar esos símbolos de Navidad? No es indispensable, pero sería mejor si los acercáramos más a nuestra realidad. ¿Usar más los nacimientos con adornos representativos de nuestras montañas que los pinos con algodón? ¿Hacer que el Niño Dios sea quien traiga los regalos, como antes? ¿O al menos tener Papá Noeles más veraniegos? En cualquiera de los aspectos de la vida, negocios, familia y sociedad, sin duda expresar mejor lo nuestro reforzará nuestra autoestima. Y haría sudar menos a los Papá Noeles de nuestras calles.