¿Qué es peor, Fujimori u Odebrecht?, por Fernando Vivas
¿Qué es peor, Fujimori u Odebrecht?, por Fernando Vivas
Fernando Vivas

Fujimori fue peor. Dejó que Montesinos montara un aparato que hincó a sus pies a las Fuerzas Armadas, corrompió al corazón de los poderes Judicial y Electoral, compró medios y perfeccionó formatos para robar. Por ejemplo, con el cuento de un súbito interés nacional, promulgó decretos supremos para comprar sin control. Por cierto, una megaobra como la Interoceánica Sur, declarada de ‘necesidad pública’ y exonerada del SNIP durante el gobierno de Toledo, es hija de las motivaciones oscuras tras los decretos supremos, así como ambas son nietas de la corrupción de gobiernos anteriores. Hay una tradición corrupta que se remonta a la herencia colonial y a las torceduras republicanas. Pero, vamos, en los 90, ¡el fujimontesinismo organizó al Estado para delinquir!

Pero, ojo, ¡lo de ahora también es monstruoso! De alguna manera, corrige y aumenta el mal. Ante la debilidad política e institucional de los grupos que llegan al poder desde el 2000, la tecnocracia se ha hecho responsable de la corrupción estatal. El mal se ha ‘institucionalizado’ como una contingencia en la planificación del Estado y se ha globalizado. Descubrir, a raíz del escándalo de los petroaudios, que los organismos internacionales eran los favoritos de empresarios y autoridades coimeras para escapar al control, le dio un matiz escalofriante al escándalo.

Hablo de la corrupción como un proyecto incubado por la tecnocracia porque, sin ser oficial, se ha beneficiado de políticas de Estado y de la continuidad que no tienen los partidos en el gobierno. La política de brazos abiertos a los inversores extranjeros, por ejemplo, atraviesa quinquenios. Pero es durante el segundo gobierno de García que llega a su clímax, con el presidente declamando que su despacho está abierto a los inversores y promoviendo la mistificación del gigante brasileño. Humala fue más lejos: hizo visible que era Brasil y no Venezuela su principal auspiciador, subordinando su gobierno a un proyecto, ese sí, de corrupción tripartita: poder político, tecnocracia y empresa.

En este mundo de posideología y pospopulismo, las fronteras del mal y las responsabilidades de técnicos y políticos se redefinen. ¿Que hay muchos funcionarios honestos que han firmado, sin saberlo, contratos y adendas que entrañaban robos millonarios? Claro que sí. ¿Que algunos de estos, indolentes o idiotas, pueden ir presos por negligencia u omisión de funciones? Claro que sí. Miren a Christine Lagarde, cabeza del FMI, condenada por autorizar un arbitraje fraudulento.

Que no nos atemorice el caiga quien caiga. Lo importante es que queden en pie las instituciones y caigan los corruptos que las han sembrado con sus redes y argucias para robar.