(Foto: Twitter).
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Rolando Arellano C.

A veces es difícil entender los problemas cuando no hay una cara que los identifique y menos aun cuando los eventos no son tan dramáticos para atraer a los medios masivos. Como lo que pasa en luego de la caída de su puente colgante.

Catapalla, “Mujer Bonita” en quechua, es un pueblito cerca de Lunahuaná, a tres horas al sur de Lima que, como muchos otros, comenzó a declinar cuando la mayoría de sus jóvenes migró a la capital. Pero, contra la tendencia, hace unos años el pueblo empezó a resurgir, pues su puente colgante, uno de los pocos sobre el río Cañete, se convirtió en un atractivo turístico.

Así, la antigua bodega de vinos empezó a contratar a jóvenes para atender a la mayor demanda. Y lo mismo pasó con la apícola, que vio que su miel y su polen eran un buen recuerdo para los visitantes. Entre otros, los productores de pisco vendieron un poco más de su buen producto, el restaurante del pueblo tuvo más movimiento y las bodeguitas, más negocio. Además, un grupo de familias empezó un servicio de paseos a caballo, muy solicitados por los limeños que, por primera vez, montaban uno. Y en la entrada y salida del puente, algunas personas comenzaron a vender frutas, refrescos y souvenirs, como un ingreso adicional al de la agricultura de supervivencia.

Pero todo paró abruptamente cuando hace unos meses un gran caudal de agua producido por rompió el puente.

Felizmente no hubo heridos, ni se vieron bomberos o familias en carpas. Pero como en las enfermedades lentas, las consecuencias fueron de otro tipo. Algunos jóvenes, que se estaban ya instalando con sus familias, volvieron a emigrar para buscar trabajo. Las bodeguitas regresaron a su ritmo anterior. Los quioscos desaparecieron. Los “caballeros” pararon sus proyectos de mejora del servicio (más limpieza del camino, más cuidado a sus animales, seguridad a los jinetes) y Ana, que con sus caballos debía pagar la universidad de su hija, hoy lo ve difícil. Más aun, los cientos de familias limeñas que visitaban el pueblo tuvieron un atractivo menos para venir a la zona, con lo cual disminuyó el negocio de transportistas, restaurantes y hoteles de todo Lunahuaná. Y el dinero que antes se distribuía allí se volvió a quedar en la capital.

Todo por la caída del puente colgante de Catapalla, que es un buen ejemplo de cientos de pequeñas tragedias en todo el país donde, como lo dijimos en esta columna el 27 de marzo (“”), la destrucción de las fuentes de ingreso de las familias compromete su supervivencia. Tragedias que no deben competir con los grandes problemas de otras zonas, pero que tampoco, por no ser espectaculares, se piense que son poco importantes.