Durante mi niñez, oír del “milagro económico” me cobijaba con una sensación de seguridad ante el futuro. Hoy, esa generación de jóvenes adultos que creció con una expectativa de prosperidad –que estuvo muy cerca de convertirse en una realidad de largo plazo– se encuentra frente a un panorama gris. Una crisis política aguda que no parece tener cuándo acabar, una crisis climática global, una economía que crece a menor tasa que la inflación y una creciente crisis laboral. Todas, situaciones que parecen más bien convertirse en amenazas de largo aliento.
Según la encuesta de Escasez de Oportunidades Laborales para los Jóvenes 2022, el 81% de los peruanos jóvenes (18-29 años) señala que tiene problemas para encontrar trabajo. En el 2022, la tasa de informalidad laboral juvenil (18-29 años) llegó a ser del 74,8% (IPE, 2022). Y si bien los indicadores macroeconómicos nos dicen que la economía peruana sigue creciendo pese a la crisis política, esto no se traduce en el mundo lleno de oportunidades que se vislumbraba cuando éramos niños.
Paradójicamente, somos los jóvenes los llamados a tomar las riendas de nuestro país. Un país que heredamos en crisis y que depende en buena medida de lo que nosotros podamos hacer para salvarlo. Pero ¿tenemos las capacidades para hacerlo? ¿Cómo nos preparamos para los retos del futuro?
La respuesta: con más y mejor formación. Y no me refiero solo a la educación formal, pues un cartón universitario ha perdido parte de su valor y relevancia en comparación con tiempos pasados. La clave está en fomentar el autoaprendizaje, en promover una cultura de empoderamiento en la que cada niño y adolescente –ante el fracaso del Estado en garantizar lo más básico– pueda tomar las riendas de su propio futuro. Hoy, la tecnología, que cada día está al alcance de más personas, nos ofrece un resquicio de esperanza ante el futuro impredecible.
Asimismo, los empresarios juegan un rol fundamental en el engranaje productivo sobre el que se debe retomar la senda del desarrollo. Me refiero a todos los empresarios; no solamente a los grandes –que, sin duda, tienen un papel importantísimo en la difusión de los criterios de formación autodidacta–, sino a los medianos, pequeños y microempresarios, quienes –como decía algún eslogan publicitario– son los que mueven el país.
No quiero terminar sin enfatizar en la responsabilidad que tenemos aquellos que, por cuestiones del azar, hemos tenido acceso a educación de calidad y a oportunidades que en este país la mayoría no tiene. Hoy, los jóvenes peruanos tenemos que asumir un compromiso con el futuro del país para convertirlo –desde el espacio que elijamos– en uno que podamos estar orgullosos de heredar a las futuras generaciones. ¿Estamos tan lejos?