No está mal la última película de “”, la verdad. Pero tampoco pequemos de patrioteros. Porque, si vemos la película sin sentimentalismos, comprenderemos que lo mejor que tiene es su primera mitad, donde se construye una historia con algo de gracia y coherencia. Y su lado más débil, en cambio, es toda la secuencia peruana: aquella en la que Machu Picchu aparece de pronto como estampita turística, mientras Optimus Prime y compañía retuercen sus fierros sin demasiada armonía. A eso se suma la mirada exótica de un Inti Raymi grabado de refilón, la alusión complaciente a la comida peruana o el robot que pronuncia una línea en quechua y el otro que sabe decir “chévere” y “causa”.

La campaña entusiasta también ha llegado a afirmar que el turismo en el aumentará en un 50% gracias a la película. No sé cuán certeras puedan ser esas proyecciones, pero entiendo el anhelo: que más visitantes pisen Machu Picchu ya no solo atraídos por el Intihuatana, sino buscando el rastro de Bumblebee. Ahora bien, me pregunto: ¿realmente queremos a más y más gente dentro de la ciudadela? ¿No es que el aforo recibido ya es el doble del que recomienda la Unesco para su debida conservación? Miren, si no, a Kuélap, que se cae a pedazos sin necesidad de que lo aplaste un Autobot.

No está mal “Transformers”, decía. Se deja ver. A mí me entretuvo. Pero ya que estamos subidos en una inusitada ola de interés por nuestra riqueza prehispánica, quisiera proponer otra recomendación. Este miércoles 21 de junio, casi alineados con la Fiesta del Sol cusqueña, se inaugurará en el Museo de Arte de Lima (el ) una exposición fundamental: “Los . Más allá de un imperio”. Se trata de una gran muestra sobre la vida incaica, quizá la más ambiciosa que se haya podido organizar en los últimos tiempos. Una selección de 250 piezas, entre obras de arte y objetos cotidianos, que nos aproximan al Tahuantinsuyo y a su legado hasta nuestros tiempos, en forma de cultura viva.

Si “Transformers” condensa a los incas en unos cuantos fotogramas tan vistosos como acelerados, lo que ofrece el MALI es la oportunidad única de observar de cerca y con detenimiento piezas que contienen historias fascinantes: desde finos textiles pertenecientes a la realeza, hasta armamentos usados por la resistencia guerrera, pasando por vasijas de índole religiosa, quipus de sentido enigmático y otros emblemas de seductoras narrativas.

Que no se entienda esto como un gesto de esnobismo. Ir al cine y visitar un museo no tienen por qué ser actos excluyentes: vaya primero a ver la película y luego a conocer a los incas casi de primera mano (o viceversa). Y saque sus propias conclusiones, que seguro las tendrá.


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Juan Carlos Fangacio Arakaki es subeditor de Luces