Rolando Arellano C.

Llegó al Callao en barco, no se acostumbraba a los aviones, pues quería probar el extraño y famoso cebiche. Al bajar, lo sorprendió encontrar a un grupo de vecinos rogándole que resolviera el misterio de las graves deficiencias del Perú. Mientras el doctor Watson se ocupaba de las maletas, comenzó a preguntarles.

¿Cuál es el problema? Varios hablaron a la vez: “Los somos muy trabajadores, los más emprendedores del mundo, según varios ránkings, pero nuestros niños no reciben buena educación, el sistema de salud está colapsado y los jubilados tienen sueldos paupérrimos. Por todos lados hay problemas”. Logró entender, algo le sirvieron sus clases de español.

¿Hay sospechas de culpables? “¡Los malos alcaldes!”, dijeron unos y otros gritaron: “¡Mi gobernador!, ¡los congresistas!, ¡el presidente y sus ministros!”. Nadie se salvó de acusaciones de corrupción, inmoralidad o incapacidad para gastar sus presupuestos.

“El caso está cerrado, entonces; esto es típico de las dictaduras”, dijo. Pero Watson le susurró al oído: “Cuidado, Holmes, no hay nada más engañoso que un hecho evidente, el Perú es una ”. ¿Una democracia?, recapacitó, y le pareció extraño, muy extraño, que el problema se dé con tantas autoridades. “¿Es algo reciente?”, preguntó. “Para nada”, le contestaron en coro, “el desastre ocurre ya por muchas décadas”.

¿Cree usted, Watson –le dijo bajito–, que esto se resolvería si castigamos a las malas autoridades? Evidentemente no, le respondió su socio –alejándose del humo de la pipa del detective–, pues tienen muchos expresidentes, gobernadores y alcaldes presos. El castigo no evitó que otros actúen igual.

Pensó entonces en Moriarty, su gran enemigo, buscando a la mente maestra del mal que colocaba a esos irresponsables y corruptos como candidatos. “Difícil, muy difícil que sea solo una”, se respondió, viendo que los sospechosos tenían origen muy diverso e ideologías que iban desde la extrema derecha hasta la más roja izquierda.

Algo deben de tener en común, piensa y luego grita: “¡Elemental, mi querido Watson!”, recordando el caso del cliente que, tras su quinto divorcio, le pidió que encuentre al culpable de su infelicidad. “Lo común de todas las malas autoridades es haber sido elegidas por los mismos que se quejan de ellas”. Y así como al divorciado le dijo “tengo al culpable” y le entregó un espejo, pensó que debía entregar espejos a los 20 millones de votantes peruanos. “Watson, más que crimen, es un suicidio colectivo, que solo se evitará si los peruanos aprenden a votar mejor. Si votaran como me dicen que cocinan, sus problemas acabarían”. Luego, mirándolo a través de su lupa, añadió: “Ahora vamos a buscar ese potaje de pescado crudo”.

Rolando Arellano C. es CEO Arellano Consultoría para Crecer

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