(Foto: Reuters)
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Carlos Meléndez

Kevin tiene 28 años. Antes de los 20 era guachimán en un depósito a las afueras de Lima. Una conversación entre sus jefes le generó interés por estudiar la política. Postuló a una universidad pública que ofrece la carrera de Ciencia Política. Ingresó y probó un par de años, los suficientes para decepcionarse de la enseñanza. Atrevido, ‘googleó’ a politólogos reconocidos en la academia internacional. “Si O’Donnell hubiera estado vivo, le hubiese escrito”, me contó. Un colega argentino, catedrático en Estados Unidos, respondió su e-mail y le dio unos consejos. “Andá a Argentina”, le dijo. Kevin tomó su mochila y se largó. Hoy, a punto de terminar su licenciatura en una universidad bonaerense, es un ayudante de investigación muy querido por los profesores. Hace unos días estuvo en Ezeiza recibiendo a la selección peruana de fútbol vistiendo la blanquirroja, la misma que pasea por su campus. “Cuando me quieren cargar, yo les respondo ‘Arriba Argentina’, y luego agrego ‘pero encima Perú”. Kevin, en Argentina, ya juega de local.

Seguramente le ha sorprendido la cantidad de compatriotas que visten la camiseta de la selección últimamente. No solo sucede en suelo patrio. A mí me ha impresionado encontrarme con los colores blanco y rojo en el pecho de compatriotas en las calles de Santiago. Qué decir de esa multitud que abarrotó el principal aeropuerto argentino al arribo de nuestro seleccionado, “algo nunca antes visto”, según la prensa deportiva de ese país. ¿Cómo se conecta el inmigrante peruano con su nacionalidad a través de los éxitos parciales que viene acumulando nuestro balompié?

Los emigrantes peruanos en Sudamérica generalmente abandonan el país buscando mejores horizontes. Las restricciones de idioma y los costos de viaje favorecen como destinos a Buenos Aires y Santiago. El perfil de nuestros compatriotas es similar al de Kevin: estrato popular, necesidades económicas, ocupaciones de baja calificación. Pero en Argentina y Chile encuentran oportunidades que nuestro país no brinda; hoy son parte del paisaje de las principales capitales sureñas. El barrio porteño Once y el mercado mapocho La Vega son prácticamente enclaves de comerciantes peruanos que, “desde abajo”, se han integrado a sus nuevos hogares, ganándose a pulso el respeto. “Y ya lo ve, y ya lo ve, somos locales otra vez”, confirma la apropiación, de parte del emigrante –e hincha– nacional, de la Bombonera y del imaginario argentino.

El mundo popular también se ha globalizado –¿acaso no lo comprobamos cuando nos ofrecen una arepa venezolana en el Jirón de la Unión?– En ese proceso transnacional sudamericano, el fútbol es el principal portador del nacionalismo. Por eso para los peruanos en el extranjero no es un deporte cualquiera, sino el atajo cognitivo y afectivo para salir adelante en una polifonía de acentos e idiosincrasias.

Tu yapa. Hay que ser mal intencionado o tener una mentalidad simplista para “interpretar” mis críticas a la tecnocracia liberal como lo hace Franco Giuffra. Nunca he considerado a esta élite como “madre de la corrupción”. Para el filósofo, coadyuvar la corrupción es lo mismo que parirla. Un ejemplo de quienes glorifican a la derecha.