"Esta vez la pesadilla se volvió realidad, y le tocó a Melisa Joana González Gagliuffi salirse de la pista a toda velocidad y matar a Joseph Huashuayo Tenorio de 28 años y Cristian Buitrón Aguirre de 35".
"Esta vez la pesadilla se volvió realidad, y le tocó a Melisa Joana González Gagliuffi salirse de la pista a toda velocidad y matar a Joseph Huashuayo Tenorio de 28 años y Cristian Buitrón Aguirre de 35".
Patricia del Río

Mirar la pantalla de tu celular cuando el timbre del Whatsapp te anuncia que te llegó un mensaje que has estado esperando toda la tarde. Voltear a ver por qué tu hijo llora. Correr a más de 60 kilómetros por hora para ganarle al rojo. No sobreparar en esa esquina donde nunca pasa nadie. Cabecear.

No se necesita ser un asesino en serie o un chofer de Orión para quitarle la vida a un niño que corrió tras su pelota, a una anciana que cruzaba la calle, a una adolescente que paseaba en su scooter confiada en que la habías visto. No se necesita ser un loquito correpiques para perder el control del auto y llevarte por delante la vida de un muchachito en patines. Todos los que hemos manejado alguna vez nos hemos persignado porque lo que pudo ser una tragedia solo quedó en un “Diosito, no lo vi, casi me lo llevo”.

Esta vez la pesadilla se volvió realidad, y le tocó a salirse de la pista a toda velocidad y matar a Joseph Huashuayo Tenorio de 28 años y Cristian Buitrón Aguirre de 35. Es ella a la que le corresponde ser juzgada sin ningún miramiento. Es a ella a la que casi con seguridad mandarán a la cárcel por imprudente o irresponsable. Pero es ella también la que evocará, una y otra vez, por el resto de su vida, la mirada de pánico de Joseph, el grito de Cristian, el golpe raro, seco, sordo de un auto destrozando un cuerpo. Y no, no se trata de tenerle lástima ni de disculparla. Cometió un crimen que tiene que pagar y la justicia debe tratarla con la misma severidad con la que ha tratado a cualquier otro chofer que mata. Sin embargo, tal vez es momento de preguntarnos: ¿y nosotros qué?, ¿de verdad creemos que manejamos perfecto?, ¿acaso podemos jurar que nunca se nos cruzará el infierno vestido de niño pedaleando en un triciclo?

Como dice el escritor Hernán Casciari, en su hermoso texto “A veces es Finlandia”, uno nunca sabe, y ni siquiera imagina que esa paz que damos por sentada, esa paz que nos permite todos los días mirar de frente a los demás, que nos permite reír, llorar regañar se puede terminar con un emoticón, con un bostezo, con una mirada por el espejo retrovisor para ver si nos quedó bien el peinado.

El lunes un juez decidirá si Melisa Joana se va seis meses a la cárcel mientras dura su proceso. Pero, la verdad, ella ya está en un sitio peor desde el día en que se salió de la pista. Nosotros, no. Nosotros estamos fuera. Estamos tranquilos. Estamos confiados. Y en lugar de agradecer que nada ha quebrado esa tranquilidad tan frágil, en lugar de celebrar nuestros ufffs, nuestros casis, preferimos volvernos justicieros, y señalar al otro con el dedo… con ese mismo dedo con el que el día de mañana podríamos apretar una tecla del celular, mientras nos pasamos un cruce por el que justo está cruzando una niña con su perro…

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