Zarpó la nave PPK y todos estamos a bordo. Algunos felices, otros algo nerviosos, pero ninguno con dudas de que se trata de una aventura diferente. El cambio y lo inesperado están a la orden del día y entre las novedades que tenemos en el Perú ahora se incluye un presidente de nuevo estilo.
Se le empieza a conocer, especialmente su sentido del humor, pero he tenido el privilegio de compartir barrios y trabajos con él y el recuerdo de esas coincidencias puede decirnos algo más sobre el nuevo capitán del barco.
Nos conocimos hace medio siglo, cuando un PPK recién titulado optó por dejar su prestigioso y bien remunerado empleo en Washington para aceptar un mal pagado e incierto trabajo en el BCR del Perú, donde yo ya me encontraba. Ambos vivimos en el Olivar de San Isidro, con nuestras respectivas jóvenes familias, aunque los Webb les llevábamos una ventaja en la calidad de vida: las habitaciones de la casa que alquilábamos contaban con un anexo del teléfono de la casa. Los PPK vivían sin teléfono.
En el trabajo se fueron definiendo rápidamente las respectivas capacidades de cada uno, yo para el estudio de los números, PPK para tomar decisiones. Cuando el BCR se quedó sin reservas en agosto de 1967 fue necesario definir un nuevo tipo de cambio. Como economista principal sufrí mientras analizaba los múltiples factores técnicos involucrados, pero el directorio fue convocado de un día para otro y el que resolvió el problema fue PPK, quien les llevó un simple cálculo del momento en un pedacito de papel y así se elevó el tipo de cambio de 26,82 a 38,70 soles, precio que rigió durante ocho años. Además de su capacidad de ejecución, se distinguía por su frescura y atrevimiento. Casi desde su llegada al BCR se dirigía a los directores, ministros e incluso al presidente Belaunde con respeto pero informalmente, a veces tomándoles el pelo.
En los años setenta, cuando yo dictaba clases en una universidad en Estados Unidos y él dirigía las operaciones del Banco Mundial en Centroamérica, me invitó a realizar un diagnóstico sobre la pobreza y desigualdad en Guatemala. La institución recién descubría esos temas sociales y la iniciativa de PPK fue a la vez innovadora y reflejo de una visión del desarrollo que no se limitaba a las grandes inversiones tradicionales.
Los años ochenta nos juntaron por tercera vez cuando fuimos convocados por Manuel Ulloa para integrar el segundo gobierno de Belaunde, PPK en el Ministerio de Energía y Minas y yo nuevamente en el BCR. Para ambos el sacrificio económico fue grande, y en su caso se sumaron amenazas terroristas, pero el costo económico y personal que sufrimos los dos técnicos fue acompañado de un extraordinario aprendizaje político. Es que, en el contexto de un gobierno sin mayoría congresal, ni el BCR ni el ministerio podían lograr sus objetivos sin el apoyo del Congreso. PPK se esforzó para lograr una ley que promovería la producción nacional y, como pocos ministros anteriores, la sustentó en repetidas visitas al Congreso y hasta participó en sus debates, consiguiendo al final la aprobación. Y el aprendizaje se extendió cuando coincidimos otra vez en el servicio público, durante el gobierno de Toledo.
Hemos elegido un presidente con una larga trayectoria de servicio al país, sentido práctico, excepcional capacidad ejecutiva y honestidad. El mar viene fuerte, pero la mano en el timón da confianza.