Dos estrenos recientes del ‘streaming’ me dejan conmovido. El primero es la nueva temporada de “The Bear”, la serie sobre un chef de alta cocina que debe volver a su natal Chicago para hacerse cargo del negocio familiar, una tienda de sánguches casi en la quiebra. Esta entrega es inferior a la primera, pero aun así se deja ver. Por ratos tiene la angustiosa intensidad de una película de John Cassavetes entre ruidos de platos y gritos de cocineros al borde de un ataque de nervios. Pero es el trasfondo de la historia lo que mueve toda la trama: el suicidio del hermano del protagonista, cuya ausencia va marcando a todos los involucrados.

El otro estreno (este en Netflix, el anterior se encuentra en Star+) es la cuarta y última temporada de “Atlanta”; sin duda, una de las mejores series de nuestro tiempo. Sigue a un grupo de jóvenes que incursionan en el mundo del rap, pero es mucho más que eso. Sus historias se disparan pronto en direcciones inesperadas: del racismo al surrealismo, de la violencia policial a la farsa del arte. Y esta temporada en particular está atravesada por una tristeza que no le había detectado antes: las inseguridades, la ansiedad y la depresión acechan a sus personajes como en una lenta pesadilla.

Estoy entre una serie y la otra, procesando sus duelos y pesares, cuando me llega al WhatsApp el video de una adolescente cayendo por el acantilado de la Costa Verde hace solo unos días. No puedo verlo completo, y me irritan la insensibilidad y el morbo en ese flujo de información. Pero, a la vez, no puedo dejar de pensar en la imagen de esa jovencita al borde del precipicio, en sentido literal y figurado. Me pregunto qué honda desesperación la motivó, de dónde vienen sus fantasmas, en qué instante exacto decidió dar el paso que se intuye irreversible.

Casi todos hemos visto de cerca algún caso de alerta en algún familiar, amigo o conocido: súbitos cambios de ánimo, pérdida del interés en cuestiones cotidianas, ausencias y desapegos prolongados. Y es aún más claro cuando te toca. Aparece como una idea fugaz, un bicho transparente que te apuras en sacudirte de la cabeza, asustado. Y, aunque se vaya en su momento, deja un rastro. Es en ese momento cuando se hace necesaria la ayuda.

El 10 de setiembre fue el Una fecha que nos confirma lo poco que se ha avanzado en torno a la y emocional a nivel de políticas públicas, pero que, a la vez, nos debería alentar a tomar acciones desde el plano individual: saber escuchar, empatizar, hablar abiertamente de este problema, buscar apoyo profesional sin prejuicios. Y, quizá lo más importante: recordar que uno nunca está del todo solo.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Juan Carlos Fangacio Arakaki es Subeditor de Luces

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