El primer sainete de Keiko, por Fernando Vivas
El primer sainete de Keiko, por Fernando Vivas
Fernando Vivas

Creo que Keiko es distinta a su padre y que hay un nuevo fujimorismo que no está fatal y genéticamente condenado a reeditar las infamias de Alberto.

Keiko y su generación han construido un partido popular que responde a los cálculos de formalización y aspiraciones de crecimiento de sectores emergentes; que promete frialdad (¡Challapalca 4.800 m.s.n.m.!) y eficacia en el combate a la inseguridad; que ofrece una reinstitucionalización flexible mejorando la desinstitucionalización corruptora del primer fujimorismo; que articula mejor que cualquier otro partido la diversidad de emprendimientos, reclamos al Estado y resistencias a la modernidad que han surgido en los últimos años. Estos últimos ítems parecen difíciles de entender pero un 40% del electorado sí los entiende.

Preguntado sobre este nuevo fujimorismo, Luis Bedoya Reyes me dijo, con brillo y resignación: “Este es el Perú y, por desgracia, este es el Perú que entiende el Perú”. Y Hugo Neira, con generosidad hacia Fuerza Popular, insiste en que “Keiko tiene bancada, pueblo y partido”, y que ello no debiera infundirnos miedo sino, por el contrario, confianza en que, por fin, tiene los recursos políticos para refundar lo que su padre fregó.

No me parece descabellada la tesis de Hugo, inspirada en el papel del franquismo reciclado en la transición española. No veo en este nuevo fujimorismo el talento montesinista para el mal y para la compulsión desinstitucionalizadora de Alberto, quien prefería el trato populista directo con los ciudadanos antes que construir partidos y respetar gremios e intermediarios políticos. 

Pero tampoco le veo talento para el bien. El primer serio atisbo de que las cosas eran más caóticas de lo que parecía cuando comparábamos a Keiko con sus rivales lo tuvimos en las contradicciones de su plan de seguridad. Los asesores discrepaban entre sí y la reivindicación del 24x24 hasta hoy no sé si fue pura metida de pata o realista propuesta de contrarreforma.

Más serio fue comprobar que Keiko había concedido demasiado poder a Joaquín Ramírez a cambio de su aporte a la campaña. Le costó tres días conseguir un pase al costado que tenía que hacerse en ‘one’. Peor que eso, José Chlimper se involucró tanto en la defensa de Ramírez que arruinó, en el caso en que gane Keiko, su sueño de ser algo más que un vicepresidente decorativo. Si insiste en recuperar poder, la generación de Keiko, Spadaro, Figari y Letona se encargará de contenerlo.

Quiero pensar que lo ocurrido con él se debe a ingenuidad y torpeza antes que a complicidad. Pero ambas debilidades son descalificadoras y este último sainete se suma a las razones que tienen que sopesar los indecisos.